A pesar de lo temprano que era el sol estaba furioso.
Su mente embotada intentaba aclararse, apenas recordaba lo sucedido la noche anterior.
De lo único que estaba seguro es de la gran borrachera que cogió- “otra como tantas en definitiva”- pensó.
Su cuerpo se iba desperezando al calor del día; se incorporó sobre el banco en el que había pasado la noche.; su cuerpo apenas le obedecía, sentía náuseas; estaba acostumbrado era una sensación corriente en él.
Se puso de pie y comenzó a andar hacia la fuente que estaba situada en una de las esquinas del parque y que le servía de improvisado baño.
Era la fuente de limpieza de los muchos mendigos de la zona.
Había poca gente esa mañana, normalmente y desde muy temprano el parque se llenaba de transeúntes;
gentes que paseaban a sus perros, algún anciano que paseaba a modo de deporte.
La ciudad estaba de puente, las familias se agolpaban en las carreteras de salida, sobre todo en dirección a las playas.
Metió la cabeza debajo del chorro de agua, parecía estallarle, aguantó con estoicismo a sabiendas de su eficacia.
Había pocas cosas tan contundentes como el agua fría para recuperar el sentido tras una buena borrachera.
De una bolsa de plástico sacó una toalla; o algo que se le parecía; bolsa que hacía las veces de neceser: la toalla, algo de jabón y un frasco de colonia barata.
Unos mugrientos pantalones vaqueros cubrían sus escuálidas piernas.
Su calzado consistía en unas viejas alpargatas hinchadas por el agua.
Se colocó una camiseta de tirantes de un color indefinido y por su cara pasó las manos llenas de colonia.Estiró el cuerpo, levantó la cabeza y respiró con fuerza; era otro hombre.
Se encontraba mucho mejor y con paso cansino se fue acercando al banco.Encendió un pitillo, se sentó y dejó su mirada vagar por el parque.
Conocía bien el lugar, en él se refugiaba con otros muchos “troncos” cuando llegaba el buen tiempo; árboles frondosos, agua y un paso subterráneo para los días de lluvia.
A un paso de Rosales en pleno centro de la ciudad era un lugar ideal; durante el día se llenaba de turistas y era frecuente que les dieran alguna moneda.
“¡Qué más podía pedir!” - se decía en un remedo de felicidad.
Tenía hambre, no recordaba cuándo comió por última vez; su estómago le gritaba que debía ser mucho el tiempo, sus tripas se lamentaban de forma feroz.
“¿Qué podía comer?”- se preguntaba.
Miró en las bolsas que tenía depositadas entre el banco y los arbustos que delimitan el parque con la calle, no le quedaba nada que llevarse a la boca.
Se hurgó en los bolsillos y encontró unas pocas monedas que se quedaron en el hueco de la palma; muy poco para comprar algo que mereciera la pena.
Resopló de rabia no soportaba esas limitaciones
Odiaba tales contrariedades, si quería comer tenía que comer.
Cuanto más pensaba en la comida más hambre le entraba, se estaba poniendo nervioso; se levantó y gesticulando ostentosamente miraba al cielo, gritó y lleno de rabia empezó a ir de un sitio a otro, se metió las manos en los bolsillos y bajó la cabeza, maldecía, refunfuñaba; se estaba poniendo furioso, colérico.
Tenía hambre y debía saciar esa angustia.
“No tenía comida y tampoco dinero, mala combinación”- se decía.
Esta vez había administrado mal su exigua paga del ejército; La Legión le dejó poco, una pequeña pensión de cabo.
Aunque era bastante más de lo que disponía cualquiera de sus colegas de andanzas, de sus compañeros de penurias.
La mayoría de los habitantes de ese parque viven de las limosnas; él era el rey, desde luego así le apodaban y así le hacían sentirse.
Cada vez tenía más hambre, con decisión se levantó y comenzó a andar dirección a Callao.
Cruzó la plaza y se adentró por una calle estrecha paralela a Gran Vía; se dirigía a una pequeña tienda de comestibles, aún en manos nacionales, donde solía comprar.
En unos pocos minutos llegó a la tienda, con el ansia se le aceleraron las piernas.
Entró haciendo sonar una pequeña campanilla; no estaba el dependiente, de la cueva salió una voz:
- ahora mismo subo y le atiendo-
- ¡Pepe! soy yo Paco- dijo el rey.
El ex legionario miraba con deleite los repletos estantes, sus ojos no podían apartarse de las botellas, decenas de botellas que esperaban ser bebidas.
A los pocos minutos apareció el tendero por una trampilla en el suelo detrás del mostrador.
- Hoy madrugas más que otros días Paco- dijo el tendero.
- Me he quedado sin reservas y tengo un hambre tremenda- respondió Paco.
- ¿Qué te doy?- preguntó el de la tienda.
Paco se metió la mano en el bolsillo y volvió a tocar el dinero; empezó a sudar, sólo disponía de unas pocas monedas y tenía un hambre atroz, no recordaba tal necesidad en sus muchos años de vida.
- Hem…bueno…quiero un poco de jamón algo de queso y una barra de pan- masculló con temor.
- Muy bien, te pondré un cuarto de cada ¿te parece bien?- dijo el tendero.
-Bien…bien, como quieras- respondió Paco.
Mientras le preparaban lo pedido no dejaba de toquetear las monedas en el bolsillo; sólo tenía para el pan y este tendero no era de los que fiaban.
Su nerviosismo iba en aumento, debía hacer algo, era un hombre de recursos.
De un buen queso manchego cortó un trozo que hacía el cuarto.
El tendero cortaba con tranquilidad el jamón, un afiladísimo cuchillo y su pericia le estaban dejando unas lonchas magníficas.
Pepe termina, se da la vuelta y coloca sobre el mostrador el cuchillo; mientras envuelve el jamón pregunta:
- ¿qué quieres para beber?-
- Ponme una botella del mejor vino que tengas- respondió rápidamente Paco.
¡Acababa de encontrar la solución!
- ¡Hombre no te privas de nada!- exclamó el dependiente.
- Como se nota que acabas de cobrar la pensión-
- Así es, me administro bien amigo- respondió Paco.
El tendero puso todo en la bolsa y salió de detrás del mostrador para dársela al ex legionario.
En ese momento y con la rapidez del rayo Paco coge del mostrador el cuchillo del jamón y le asesta tres certeros golpes en el estómago.
El tendero cae al suelo desplomado, la sangre empieza a salir con fuerza, no alcanza a gritar, su boca se abre como quien toma aire, ningún sonido sale.
Paco sale por la puerta, era temprano, nadie le observa; toda la ciudad está de puente.
Baja andando hacia el parque; en su cara se dibuja una mueca.
Por fin podrá comer tranquilo ¡se acabó la angustia!
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