Juanín subía la cuesta que llevaba a
la carretera nacional, una pendiente que siempre hacía dificultosa la salida de
ese pequeño mundo, hoy estaba mojada por la lluvia de la madrugada y el cielo
repleto de nubes prometía más agua.
A pesar de que estábamos en verano y las
mañanas eran frescas, el muchacho llevaba puesta una chaqueta de lana fina que
había tejido su madre. Con las manos en los bolsillos llegó hasta la cima y
allí donde el camino se hace carretera se dispuso a esperar el autobús
que le llevaría a la ciudad.
Cada mañana María salía a la puerta de su
casa para despedirle, un mozalbete ya en la pubertad. Después desayunaba un
poco de pan duro y un gran vaso de leche recién ordeñada. Desde la partida de
su marido a la guerra, se tenía que ocupar
de todo en la casa, los animales a los que tenía que dar de comer
en invierno y sacar a pastar en verano y el huerto que la dejaba doblada. Pero
estaba contenta tenía a su hijo con ella y la salud les acompañaba, algo tan
difícil en esos momentos terribles llenos de pobreza.
Al anochecer, después de cenar se daba una
vuelta por el monte, unas montañas que la habían acunado; la humedad y el frío
del lugar le daban vida y la inundaban de tranquilidad. Cada día subía a
pasear, a "cargarse de energía" como decía.
Juanín miró a su izquierda por donde venía
la serpenteante carretera, desde esa atalaya se divisaba todo el valle ya pleno
de sol y verdes intensos; su aldea se situaba en la subida del camino a la
capital.
Se dio la vuelta, y como todos los días allí
estaba su madre, mirándole con los brazos cruzados junto a la puerta, sin
moverse hasta que subía a la camioneta y desaparecía, allí siempre con su
presencia poderosa, sus cabellos recogidos y plateados.
El autobús no aparecía esa mañana,
llegaría tarde al trabajo y su tío se cabrearía, era con él más exigente que
con los otros aprendices-"Tienes que ser mejor que los demás para que no
hablen"- le decía siempre.
Volvería a tener que ir andando hasta
cruzarse con algún carro del vecindario.
Su madre extrañada le hizo unas señas con
las manos y él con el mismo sistema le explicaba lo que sucedía.
Casi no recordaba a su padre, pero le
echaba de menos, añoraba su calurosa voz y fuertes brazos.
Todas las mañanas al despedirse de su
madre desde la carretera miraba la pequeña casa de piedra que habían construido
sus padres, recordaba sus risas, tan alegres siempre a pesar del duro esfuerzo;
por eso él quería ayudar en casa, era ahora el padre de familia...
Un rumor lejano le hizo girar la cabeza,
por fin llegaba el autobús...-¡ya era hora!-una exclamación salió escupida de
su boca.
El rumor se hizo ruido y en la lejanía vio
que se trataba de un camión, puso mala cara, no podía esperar más y tendría que
ponerse en marcha; aunque quizás podría subirse a él y así ahorrarse un poco
del camino.
El vehículo subía renqueante, ya estaba
muy cerca, esperaría para pararlo...
El camión giró en el camino que conducía a
la casa, frenó bruscamente. De la trasera saltaron unos militares, el pequeño
grupo formó a un lado; de la cabina salió un militar de graduación y miró hacia
la casa juntando las manos en la espalda.
Juanín veía la escena desde la vieja
parada del autobús, estaba paralizado y por suerte los soldados no le vieron.
El grupo se puso en marcha hacia la casa
donde desde la puerta le observaba María. Con los brazos cruzados y el gesto
serio ésta no se inmutaba...No era la primera vez que venían a hostigarla, no
les tenía miedo pero sabía que debía tener cuidado ya que Laureano era
impredecible y violento.
Con marcialidad inútil el grupo llegó
frente a la casa donde impertérrita seguía ella; el capitán mandó parar al
pelotón...se acercó a la mujer.
-¡Hola María! ¿Pensabas que nos habíamos
olvidado de ti? Aquí estoy de nuevo.
-Buenos días Laureano...no pienso nada...ya
sabes-el tono monocorde escondía un temor profundo.
-¡Tienes alguna novedad que contarme? ¿Sabes
algo de él?
-Qué quieres que te cuente...sabes tan
bien como yo que se marchó al frente, y que no sé nada más desde entonces.
-Humm...creo que me escondes algo, he oído
en el pueblo que se le ha visto por el monte...te aconsejo que me digas la
verdad...
-Pues...creo que deberías preguntar en el
pueblo ya que saben más que yo-Seguía con los brazos cruzados en el pecho, su
cuerpo inmóvil quería transmitir tranquilidad pero su corazón estaba
desbocado.
-¡Chsss! ¡Calla...no seas impertinente! ¡No
me tomes por tonto! Da gracias a que nos conocemos desde que éramos niños
sino...-El militar le acercó la fusta a la cara amenazándola.
-¡Sino qué! ¿Me vas a matar!-La mujer
estalló; abrió los brazos desafiantes.
El militar no respondió, se miraban a los
ojos...sus cuerpos en tensión quedaron paralizados. El silencio se apoderó del
ambiente, la naturaleza brotó con fuerza, el canto de los pájaros se hizo ensordecedor
mientras la brisa aún fresca acariciaba y el sol ascendía en el firmamento, era
una calma mágica...
Juanín, a resguardo, observaba, sabía que
no debía intervenir pero la rabia contenida le carcomía.
El militar cogió con violencia de un brazo
a María y entraron en la casa, fuera el pelotón en posición de descanso
esperaba.
-¡Por qué eres tan testaruda! ¡Sabes que
te podría fusilar por encubrir a un guerrillero!
-¡No sé de qué me hablas, yo no encubro a
nadie!
-¡Calla maldita!
El hombre no dejaba de moverse por la
pequeña habitación nervioso y sin parar de gesticular. Intentaba calmarse
resoplando con fuerza.
Unos minutos más tarde y más calmado
dijo-María sabes que siempre te he querido, desde niño, lo sabes bien…nunca lo
he escondido. Dime dónde está y…nos podríamos ir juntos a otra ciudad donde
empezaríamos una nueva vida. Te ofrezco vivir y él…¡Qué te ofrece salvo dolor!
María agotada se sentó en una silla,
estaba asustada, conocía muy bien la envidia que siempre sintió Laureano,
odiaba a su marido desde que se hicieron novios y ese odio le hacía más tenaz y
peligroso.
-Te repito que no sé dónde está…se fue al
frente y no he vuelto a verle…pero aunque lo supiera no te diría nada- hablaba
con toda la tranquilidad que le permitía su tembloroso cuerpo-conoces mis
sentimientos hacia ti, yo también siempre te he dicho lo que sentía y no voy a
cambiar ahora.
Los hombre fuera fumaban, la brisa levantaba aromas esenciales y el sol clareaba el cielo, el mundo seguía su perpetuo camino…
El autobús apareció por la carretera,
llegando a la parada el conductor aminoró la velocidad, echó un vistazo al
grupo de soldados y al no haber nadie esperando aceleró dejando una humareda
tras de sí.
Laureano aguantó el golpe pero no pudo
evitar que su cara hablara. Pisoteado su orgullo sintió enormes ganas de
gritar, de escupir toda la vergüenza, de liberar su alma desgarrada.
Esperó unos minutos para hablar...
-Muy bien María…ven...vendrás
conmigo…te…entregaré a la guardia civil y…que hagan lo que tengan que hacer- su
maltrecho orgullo le atenazaba la voz.
Sacó la pistola y apuntándola le ordenó
que saliera, María intentaba mantener el tipo pero temía caerse, sus piernas
apenas la sujetaban.
Fuera el día era espléndido, la mañana
seguía su curso y el verano alejaba las nubes matutinas cubriendo con su luz el
bosque primigenio.
El pelotón se puso firmes al aparecer el
mando.
-¡Vamos mujer, sube al camión! ¡Roja de
mierda! ¡Vamos todos al camión nos llevamos a esta puta al cuartelillo!
Laureano empujó a María en un intento de
que fuera más rápido, tropezó y cayó al suelo.
-¡Vamos…vamos! ¡Levántate mujer!
Laureano le dio una patada en el
costado, el grito que lanzó María heló la sangre a su hijo que apartó la
mirada, se oyó el crujir de las costillas.
¡Vamos…vamos…no es para tanto!-grita de
nuevo el militar.
Juanín no aguantó más, sacó una pequeña
navaja del morral y salió disparado hacia la casa.
Los soldados sorprendidos no supieron
responder y el muchacho en pocos segundos llegó hasta el capitán
clavándole el arma en la espalda. El militar herido quedó de rodillas, el chico intentó rematarle pero un disparo de los soldados le hizo caer fulminado.
La madre horrorizada se arrastró como pudo
hasta él, los soldados fueron corriendo a socorrer al capitán. La herida no
parecía grave.
El mando ya repuesto le puso la pistola en
la cabeza a María.
-¡Has visto lo que has hecho! ¡Todo esto
por no hacerme caso estúpida! ¡Debería rematarte ahora… puta!
-¡Venga…coged al muerto y a ésta que nos
vamos! ¡Estoy hasta los cojones de estos rojos de mierda!
El grupo se puso en marcha penosamente,
dos hombres llevaban al muchacho sujeto por las extremidades y otros dos
hombres escoltaban a la mujer. El capitán herido era ayudado por el conductor
del camión.
De la oscuridad del bosque rugió un fuego
cruzado, miles de aguijones cayeron sobre los hombres que rodaron por el suelo;
el capitán resguardado por el cuerpo de uno de sus soldados respondía con la
pistola. El ruido era infernal pero a los pocos segundos el fragor se vino
abajo, miró a su alrededor y comprobó que sólo quedaba él. Dispuesto a luchar
hasta la muerte, cargaba nerviosamente el arma.
Una sombra le cubrió y despacio levantó la
cabeza.
-¡Tú!...¡Maldito seas Juan!
tu relato es aterrador porque se que en tu país hubo muchas historias como esta ... como siempre maravillosamente escrito y debo decir que te doy las gracias por no permitir que olvidemos las lecciones del pasado para que no se repitan mas, excelente relato amigo muy buen trabajo :) xoxo eliz
ResponderEliminarGracias Eliz, como siempre tan amable.
ResponderEliminarIntento hacerlo cada día mejor y sí hubo una época oscura en nuestro pasado que no está superado aún. Aunque el cuento vale para cualquier país y cualquier época.
besos.
Antonio, conmocionada por tu relato. Nos sitúas a los lectores al lado de María y el corazón se nos va encogiendo a medida que la historia va llegando a su climax. Percibimos que la tragedia se cierne sobre ella y la mirada agazapada de su hijo. Solo recobramos el aliento dolido en la última frase, en ese instante donde Laureano se encuentra cara a cara con Juan
ResponderEliminarSí, sin duda es una historia que puede ubicase en cualquier lugar y período donde la intolerancia, la venganza y la violencia han campado impunemente. Nuestra lamentable Guerra Civil aún supura.
Un placer leer siempre buena literatura.
Un abrazo
Gracias Felicidad por leerme, por tu certero análisis. El tiempo lo cura todo y este oscuro suceso también por suerte.Es un hecho que habla mil idiomas y que representa la ignominia de las guerras, de las venganzas, de la injusticia. Tenemos hoy demasiados casos similares que hablan Árabe.
ResponderEliminarun fuerte abrazo.