6/8/11

CAZA


La oscuridad fluía lentamente y dejaba su lugar a la luz que calienta.
Con una gruesa piel cubriéndole el cuerpo, robusto y oscuro, se paseaba por la plataforma exterior de la cueva, y a pesar del frío de la mañana disfrutaba observando la vida crecer a su alrededor.
El latir del corazón golpeando su pecho, el aire helado arañando su cara, los pequeños gritando y peleándose; le gustaba ver y oír algarabía a su alrededor.

Las mujeres curtían las pieles y los hombres preparaban sus armas. Apenas salía el sol todo el grupo se afanaba en las tareas necesarias para sobrevivir, no había elección.

Él participaba en la vigilancia cada noche pero prefería las primeras horas de la oscuridad que le permitían estar presente en el cambio de poder en el cielo.
Le maravillaba observar la luz que calienta en su huida dando paso a las luces sin calor; y entre ellas a la más grande, que le subyugaba ¿Sería la madre de las otras? Se preguntaba.
Seguramente como él cuidaba a sus pequeños esa estrella cuidaba a los suyos.
Todo a su alrededor le recordaba la vida de los hombres; la lucha en el cielo era como la de ellos; cada día había que luchar por sobrevivir; las estrellas peleaban cada día para salir; derrotando al sol que se escondía para con fuerzas renovadas volver a la carga.
Mirar esas luces le llenaba de paz y valor.
Cuando la oscuridad ganaba, a su alrededor sólo veía una negra espesura; la tenebrosa inmensidad llena de peligros que infundía en sus iguales un temor profundo; miedo que él no sentía, había aprendido de sus mayores que el hombre no debía temer la oscuridad... no era nada, estaba muerta; el peligro venía de los vivos; los enemigos, hombres como ellos y las bestias hambrientas; de las bestias le dijeron siempre que olían el miedo y que para no ser atacado había que ser más fuerte que ellas y demostrárselo. El fuego y las armas eran sus aliados.
De los otros hombres debía no fiarse y a sus cabecillas intentar matar.
El hombre debía estar en grupo, esa era su fuerza; siendo muchos era más fácil defenderse, atacar y tener pequeños que llegaran a grandes.
Y era mirando a las estrellas como el miedo desaparecía; sabía al mirarlas que sus mayores le ayudaban. Ellas le transmitían la seguridad como se la habían transmitido a los que las miraron antes con el corazón; ahí estaban noche tras noche vigilando los pasos del hombre y llenando su pecho de calor y tranquilidad.
Sentía la fuerza de los que estuvieron aquí antes mirando al cielo; el camino se le hacía evidente mirándolo.
A veces sus ancestros se le aparecían para darle consejos; se fueron hacía muchas lunas pero él los sentía, los veía y los olía.
¡Qué gozo tan grande sentía cuando se le aparecía alguno, perdía el miedo que tantas veces le atenazaba y sus ojos veían la verdad!
Sin embargo no entendía cómo podían volver ya que cuando sus cuerpos dejaban de latir, los limpiaban, los untaban con flores y los dejaban caer a un pozo situado en lo más profundo de la cueva; esa era su morada y de ella no podían salir; eso pensaba.
Nadie los veía salvo él; era una de las razones por las que le eligieron líder.
Todos realizaban una actividad, y eran muchas las que se debían hacer para el cuidado y la alimentación del grupo.
La jornada de caza iba a comenzar y afilaban sus armas: lanzas de madera, algunas con puntas de piedra sujetas por largas hebras vegetales; mazas realizadas con raíces, a veces también con incrustaciones de piedras; simples palos con formas idóneas.
Con la fuerza del día saldrían pero antes se colocarían de rodillas para agradecer a la madre naturaleza una buena caza.
Miraba su grupo emocionado y orgulloso de lo conseguido.
No conocía otro tan numeroso en su territorio; era el que más pequeños tenía y sabía que era esencial para que todo siguiera.
El frío desaparecía y debían comer algo antes de salir, había que tener fuerza.
Los fuegos asaban la comida que sería ingerida con voracidad por el grupo.
Los pequeños con la barriga llena corretearían alegres entre los arbustos más cercanos a la entrada de la cueva.
A pesar de la cercanía del grupo y de los fuegos, era frecuente que animales hambrientos atacaran con descaro y se llevaran alguna víctima, generalmente pequeños.
La dura experiencia dejaba una huella imborrable y nadie olvidaba las reglas básicas de la supervivencia.
El ruidoso grupo se disponía ya a partir; abrazos y pequeños golpes eran intercambiados; las mujeres emitían pequeños gritos nerviosos a la vez que sujetaban a los pequeños que como animalillos frenéticos querían marcharse con los grandes.
El grupo andaba con cautela, sabían que sus pasos eran observados; detrás de cada árbol, escondidos entre la maleza muchas fauces esperaban su bocado.
Andaban haciendo ruido, así ahuyentaba a las bestias y a su propio miedo; con esa algarabía superaban el camino que llevaba a la zona de pastos donde estaba la caza.
Para el camino se proveían de bayas y frutos recogidos los días anteriores por las mujeres y pequeños; el camino era largo y había que llegar con fuerza al destino; de los riachuelos del camino saciaban la sed.
Hasta llegar a los grandes pastos, lejos de su rocoso refugio, debían pasar por fríos y oscuros bosques; lugares llenos de peligros y misterios que debían superar uniéndose más y gritando fuerte.
En el bosque creyó oír voces y creyó ver ojos mirándoles; serían sus ancestros que les cuidaban; pensaba; nada debían temer estando éstos con ellos.
Otros grupos de hombres fueron vistos a veces, pero nunca llegaron hasta aquí; estos bosques helados eran el hogar de terribles bestias y no lugar para el hombre.
Marchaban como una piña y sus fuertes gritos, mientras blandían sus armas al aire, sonaban terribles, tranquilizadores; parecían un animal enorme lleno de púas y no un grupo de hombres asustados.
La marcha era larga y peligrosa pero también alegre; se empujaban, jugaban, gritaban; él era feliz al ver tanta vida; era todo tan efímero que el mínimo soplo de aire era motivo de alegría. Alguno de ellos pudiera no volver después de la caza.
Dejaba que el grupo avanzara y desde atrás los vigilaba; no quería que ninguno se despistara y fuera atacado por las fieras. Era su grupo, eran fuertes, él los cuidaba.
Cuando era pequeño y salía a recolectar con la madre de su madre, ésta siempre le contaba muchas historias y le daba consejos; le contaba como los grupos de pocos miembros pasaban hambre con frecuencia; ser pocos era malo para defenderse y para cazar; no podían con los animales grandes de mucha carne.
Le decía también que cuando a uno le atacan las fieras es muy importante enfrentarse a ellas de pié gritando y blandiendo alguna cosa, las fieras se asustan de otra fiera más grande.
Sin embargo cuando se ataca, cuando se va de caza, hay que ser listo, pensar antes y no hacer ruido.
Esos consejos los ponía en práctica y las cosas les iban bien.
El grupo avanzaba sin pausa y vigilante.
Se acordaba de los pequeños que por las mañanas alegraban la cueva y como muchos dejarían de moverse y no serían grandes si no llevaban buena caza.

Al coronar una ladera el grupo se calla y para radicalmente; frente a ellos se muestra majestuoso una inmensa planicie oscurecida por los lomos de las grandes manadas de herbívoros.
Maravillados ante la hermosa visión, él mira al cielo buscando esas pequeñas luces que en la oscuridad le dan fuerza.
El cielo claro en la fuerza del día le mandaba mensajes de gratitud llenos de calor; con naturalidad cierra los ojos y de su boca salen algunos sonidos rítmicos, abre sus brazos como queriendo acoger al grupo.
Todos cerraron los ojos y un único sonido gutural subió por la ladera.
Sus caras relajadas se volvieron hacía los animales; había llegado el momento; con los músculos en tensión, lentamente y en silencio fueron acercándose a ellos.
Iba preocupado, sabía que ahora comenzaba otro gran peligro; no sólo por la furia del animal acorralado, sino por la aparición de carnívoros que querrían su parte.
Una brisa húmeda le susurró unas palabras: "El animal herido te causará daño, mata con decisión, ve con cuidado."
Un calor fortificante le brotaba de dentro, se sentía seguro. Sus ancestros cuidaban de él como él hacía con los suyos.
Una manada de bisontes ocupaba el terreno más verde al pié de la ladera, por la que bajaba el grupo y junto a un pequeño río que no se percibía desde arriba por estar cubierto de altos cañaverales.
Debían evitarlos, eran demasiado peligrosos, su objetivo eran unos ciervos que pastaban algo más al norte cerca de una zona un poco más arbolada.
El viento soplaba desde el norte lo que les permitía avanzar sin ser olidos.
Llegaron al río y se metieron en él; estaban a unos pocos metros de los primeros bisontes y tuvieron que meterse en el agua, que les cubría hasta la cintura, para no ser vistos. El agua helada les vivificó el espíritu.
El cauce con dirección al este giraba después hacia el norte, de esta manera podían llegar hasta los ciervos sin molestar a los terribles bisontes.
Después de media hora por el río, salen a la rivera en una zona de matorrales en la que pueden descansar.
Tras un pequeño descanso, se dirigen hacia los ciervos, tuvieron que colocarse a cuatro patas para no llamar la atención.
Él iba delante, siempre fue el más fuerte y decidido; se convirtió en el líder por necesidad; había que tomar decisiones y sólo él sabía qué hacer.
A pocos metros ya de sus presas, el grupo organizaba el ataque.
El objetivo era matar al animal más grande con el que tendrían más carne; el líder de la manada, un macho de cuernos espantosos y más grande que varios hombres se colocó frente a ellos, al olerlos resopló y agachó la cabeza desafiante; ganaba tiempo mientras su manada se refugiaba en el bosque.
El animal podía atacar en cualquier momento por lo que debían ir con mucha precaución.
La manada de unos cincuenta animales salió despavorida, sólo quedó el macho dominante.
Tenían que ir cerrando el círculo hasta tener al animal al alcance de las armas; ninguno de los cazadores debía quedar alejado de los otros, la bestia atacaría al más solitario.
Es el momento más peligroso ya que los animales cercados lucharían hasta la muerte.
Despacio iban cerrando el círculo; el macho gigantesco giraba la cabeza hacia todos los lados, con sus ojos fuera de las órbitas miraba a sus enemigos calculando la situación; de su hocico salían nubes de vapor, el animal resoplaba con una energía descomunal; era uno de los machos más grandes que habían visto, con la pata derecha desgarraba el suelo comunicando su inmediato ataque.
Los hombres se preparaban para su ataque apuntándole con sus lanzas; estaban a pocos metros y lo tenían cercado.
Las hierbas altas complicaban la caza ya que les impedían andar con seguridad...como un relámpago la bestia arranca hacía los hombres, echando espuma por la boca y con los ojos ensangrentados embiste, la cabeza agachada y los cuernos amenazantes.
Los hombres con las lanzas apuntando al frente, nerviosos y con miedo, le esperan; en unos segundos la bestia está sobre ellos, con movimientos bruscos de la cabeza va destrozando todo lo que encuentra en su camino. Las lanzas salen disparadas como briznas por el viento.
No pueden con el ciervo esperándole de frente, la brutalidad del choque es tal que los tres hombres son enviados a varios metros cayendo como trapos ensangrentados.
Él, horrorizado, corre con todas sus fuerzas hacia sus hombres mientras el animal sin parar de mover la cabeza amenazando con sus cuernos, emite una especie de rugido victorioso; los hombres asustados miran a la bestia con temor; no habían oído nunca a un ciervo berrear de esta manera.
El animal dándose la vuelta con una rapidez inusitada hacia el grupo, se yergue; su estampa con los nervios tensos era escalofriante, del hocico salían nubes de vapor y de algunos de sus cuernos colgaban trozos de carne humana.
Los hombres todos juntos en torno a los heridos, debían darse prisa ante la inminencia de un nuevo ataque que sería fatal; los agarran como pueden y los llevan al abrigo de unos árboles cercanos.
Con los heridos se queda uno de ellos aprestándose los otros a defenderse del nuevo ataque.
Lo que queda del grupo se disgrega para intentar cercar al animal; la bestia lanza un fuerte berrido agacha la cabeza y ataca con una furia mortal; él se tira al suelo escondiéndose entre las hierbas más altas; el animal llega a ellos, varias lanzas se hunden en su carne pero otro hombre es arrojado lejos con terribles heridas.
La bestia herida ruge de dolor las lanzas se han partido quedando las puntas en su cuerpo; se retuerce intentando sacárselas con un baile terrible; los golpes en la tierra de sus patas y sus gritos hacían estremecerse a los cazadores.
En un instante el líder se levanta y con fuerza le clava en la barriga un enorme puñal de hueso. Un tremendo caudal de sangre se desploma sobre él.
El animal herido de muerte levanta las piernas delanteras intentando alejarse de su enemigo dando un grito estremecedor; posa las patas con fuerza y se aleja unos metros.
El grupo agotado y muchos malheridos, esperaba que la bestia cayera; no podían luchar más, estaban al límite de sus fuerzas.
El líder conmocionado estaba tirado en el suelo; posiblemente se habían equivocado de animal, pensaba; la bestia después de unos segundos más tranquila y perdiendo mucha sangre va hacia él con los cuernos por delante y los ojos llenos de odio; les separan unos pocos metros, el hombre intenta levantarse pero el gran charco de sangre le hace resbalar, el animal avanza soplando y dispuesto a acabar con su enemigo; los otros agotados no pueden dejar de mirar horrorizados, pero bloqueados, no actúan.
Los intentos infructuosos del jefe por levantarse le llenan más de sangre y dificulta su huida; la bestia ya sobre él levanta las patas delanteras para acabar con el hombre...

Varios silbidos agudos y veloces como rayos rompen el aire; el animal da un grito agónico y perdiendo el equilibrio cae como una mole terrorífica al suelo.
Él abre los ojos y con la respiración entrecortada intenta conocer lo ocurrido.
Ninguno de sus hombres le había matado, ninguna de sus lanzas le había atravesado; en su cuerpo varias lanzas finas estaban clavadas.
Sin poder levantarse ve como sus hombres, los pocos que podían erguirse, miraban anonadados a su espalda.
Gira la cabeza con rapidez y su sorpresa no puede ser mayor.
Unos hombres de piel muy blanca, delgados y altos se aproximaban; sostenían unas ramas curvadas y sus extremos unidos por unas finas hebras. Sus cuerpos estaban cubiertos por extrañas y delicadas pieles y de sus cuellos pendían pequeñas piedras de colores.
No se parecían a ellos ni a los otros grupos que a veces se encontraban; sin embargo eran hombres, no eran otro animal.
Sus caras sin pelo les daban un aire de pequeños muy altos; parecían amistosos y...le habían salvado.

Dejó caer su cuerpo y respiró con fuerza; en el cielo unas negras nubes anunciaban lluvias.

14 comentarios:

  1. La descripción de toda la escena es sugerente, fascinante y repleta de vida. Se capta cada detalle. Me alegro de haber podido entrar de una vez por todas a este interesante blog. Enhorabuena! creo que es de lo mejor que te he leído.

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  2. Gracias Sonia, como siempre tus comentarios me enriquecen.
    Les doy mucha importancia.
    Supongo que algún día seré capaz de escribir un cuento maravilloso; como en todo hay que esforzarse y perseverar. No tengo prisa y sé que ocurrirá.

    Besos.

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  3. Valandan:

    Un placer venir a leer tus letras, ha merecido la pena esperar, tu texto engancha, escribes muy bien, te felicito.

    Besos.

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  4. Gracias Carla,

    Eres muy amable y me alegra que te guste; no quiero decirte cuán emocionado me pongo cuando los que me leéis me enviáis un piropo de tal calibre.Por el difícil camino de escribir bien voy transitando con la humilde intención de conseguirlo algún día.

    Besos.

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  5. Y yo no puedo ser menos...con lo que voy a responderte,jejej Hola querido amigo, que bueno que hayas pasado por mi blog porque así es como puedo conocer tus escritos, tu pensar y tu lado sensible ante las diferentes formas de expresarlo, te felicito por darte a conocer y así endulzar nuestros oídos y el alma, te mando un fuerte abrazo, y que tengas una muy buena semana!:)

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  6. Bueno, al menos se salvó un ancestro y no dudo que de ahí en adelante hubo mezcla de razas.
    Un abrazo.

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  7. Impactante relato donde mis sentidos, a flor de piel, lograron captar cada una de las escenas. ¡Felicitaciones! Un afectuoso saludo y volveré por más...

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  8. Hola Clau; gracias por leerme.

    He pasado por tu blog y me ha resultado muy interesante.

    Hasta pronto.

    Saludos.

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  9. Gracias Julio por leer mi pequeño cuento.

    Sí,supongo que somos hijos mestizos desde siempre.


    Saludos.

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  10. Muchas gracias Diana, palabras amables son las tuyas.
    Me he paseado por tu blog y me ha encantado; más aún lo que escribes y pintas.

    No he podido resistirme a leer tu biografía y me ha gustado como te describe ese buen amigo.

    Enhorabuena,lo que he leído y visto me invita a seguir paseando por tu blog; hasta pronto.

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  11. Muy bien logrado, con descripciones que permiten meterse en la escena. Fascinante. Un abrazo.

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  12. Muy interesante de principio a fin. Un encuentro de dos razas que en vez de pelear se ayudan... me gustó...

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  13. ¡Hola Alma!

    Gracias por leerme.

    Agradezco tus palabras tan sabias.

    Un abrazo.

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  14. ¡Hola Sayama!

    Gracias por por tus amables palabras.

    Un saludo.

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Gracias por tu comentario.

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