28/7/13

Ámovos Tanto.





Los sonidos de la naturaleza envolvían el paseo, poco a poco su corazón aceleraba el ritmo mientras su alma se tranquilizaba. El esfuerzo le hacía bien; llevaba unos días muy duros en la oficina y necesitaba cambiar de aires. Las presiones de sus jefes para acometer aventuras peligrosas iban en aumento;
el ciclo económico llegaba a su fin y querían ganar el máximo de dinero posible antes de la debacle. La situación le resultaba insoportable, estaba extenuado y desilusionado como jamás pensó estarlo. Sentía asco de sus superiores, asco del negocio en el que estaba metido, asco de su profesión.
Hacía demasiado tiempo que tenía atenazado su espíritu, que acallaba su conciencia con el éxito.
Un éxito que cuanto más se asentaba más vacío le dejaba.
Su éxito era engañar a otros, firmar más contratos con infundadas ventajas, con supuestas ganancias futuras.
Camelaba a los clientes con fantásticas inversiones que no eran tales, les cantaba doradas esperanzas; sucumbían a ellas como benditos, incautos pero llenos de avaricia, tenían mucho...pero querían más...
No se aferraban a ningún palo mayor para evitar ese canto de tentación, se sumergían, como él, hasta las profundidades buscando ahogar los pocos sentimientos de culpa que tuvieran; se dejaban seducir.
Esa era su mayor coartada para seguir, "lo hacía por ellos" se decía muchas veces, "sólo les doy lo que buscan" y "si no se lo doy yo se lo dará otro". Eran tantas  las preguntas que había sumergido en otros tantos gin-tonics que ya no recordaba ni todas las preguntas ni todas las respuestas. Sólo recordaba el gran día en el que comenzó a trabajar en la compañía; para él fue la consumación de muchos esfuerzos, la recompensa por tantas privaciones hasta salir de ese apestoso pueblo en el que por desgracia había nacido.
Hubo una época en la que renegaba de su origen, de su esencia...no sabía lo que hacía.
Recordaba con dolor ese tiempo, esas ideas que por aquellos años carcomían su mente; le parecía imposible que fuera el mismo; que alguna vez pudiera haber visto esa impostura como un ideal.
Recordaba ahora a sus padres trabajando de sol a sol para pagarle una carrera y que llegara a ser un hombre de bien. Recordaba las palabras de su padre: "Jorge serás un gran abogado, estoy seguro, y también sé que lucharás por la justicia; por hacer de este mundo un lugar mejor". Volvía a ver los ojos de su padre llenos de luz al enviar a su hijo pequeño a la universidad.
La brisa del mar removía sus cabellos, se paró un momento y miró al horizonte; la mañana era fresca y el viento del norte traía olas grandes que rompían ruidosamente contra las rocas de la playa.
Estuvo así unos minutos...su mirada vagaba perdida en la lejanía, mientras su cara era azotada por el viento, afloraban antiguos sentimientos que pensaba muertos, se sentía renacer.
Con lágrimas en los ojos se giró y volvió a retomar su caminata; se encontraba más ligero.
Ahora, algunos años después sabía la verdad, le había costado mucha salud, física y mental, pero por fin había escuchado al corazón y toda la farsa se vino abajo.
Volvería a su pueblo, volvería a conectar con la vida, con el sano esfuerzo, a trabajar en una pequeña empresa...o quizás se pondría por su cuenta para asesorar a sus paisanos de forma decente, constructiva...sostenible. Volvería a sentir la verdadera amistad al lado de sus paisanos, odiaba la forzada por intereses dinerarios que tenía en el bufete. Eran una secta infecta llena de hipocresía que sólo se mantenía al calor de la avaricia.
Lucharía por un mundo más justo y ...haría feliz a su padre.

El cielo se oscurecía rápidamente, miró al infinito y aceleró el paso, la temperatura recia le reavivó y con una sonrisa iluminándole la cara empezó a subir la pendiente que le acercaba al paseo que llevaba a su casa.
El paraje era espectacular, el mar embravecido a su espalda, un mar eterno de colores cambiantes, unos montes de un verde profundo al frente y en el medio un pueblo de piedra y tejas centenarias; un mundo de olores esenciales, imperecederos que acunaban la vida desde los albores del ser humano.
Se sentía feliz, se reconciliaba con la vida, hacía planes de forma vertiginosa, como siempre había hecho, se hacía preguntas: "¿cómo pude pensar alguna vez que hacer dinero en la gran ciudad llena de ruido, polución e hipocresía era mejor?, llegar...¿era esto?".
Andaba rápido mientras las primeras gotas le caían encima; había superado la subida desde la playa y estaba algo cansado, ya ideaba los siguientes paseos matutinos que emprendería, quería ponerse en forma, recuperar ese fondo que tuvo en sus años mozos y que tanto gustaba a las chicas del lugar.
Quería recuperar el tiempo perdido, recuperar los amigos, que lo eran sin interés, recuperar su ingenuidad, una manera de ver la vida, de ver a la gente sin maldad, recuperar esa tranquilidad del alma perdida en la búsqueda del éxito.
Su cuerpo caminaba ligero, esa mañana había abandonado la pesada carga de una vida equivocada.
En su cabeza se arremolinaban imágenes pasadas, caras que una vez amó pero que olvidó al irse a la ciudad.
"¿Qué habrá sido de Juana?, me gustaría verla, seguro que está tan guapa como siempre."
Ensimismado en nostálgicos pensamientos se dirigía a su casa, llegaba alegre, su cara coloreada por el frío era tan diferente que parecía otro. Tenía ganas de vivir, de disfrutar de los pequeños placeres que le aportaba la sencilla vida en esa ciudad. 
Se acercaba a la población, había dejado los acantilados a unos dos kilómetros y ya divisaba las casas con sus tejas color cobre, los años y la humedad marcaban su paso. La entrada por el norte, desde el mar, estaba decorada de verde, las viviendas juntas como amigas de siempre evitaban los vientos helados del invierno. La ciudad se abría hacía el sur, se había hecho grande con los emigrantes del interior que en los años setenta vinieron a las pesqueras.
A pesar de eso era todavía una villa humana donde todo el mundo se conocía. La plaza mayor porticada era de una belleza cautivadora, levantada en la edad media apenas había sufrido cambios. Es desde siempre el lugar de encuentro de lugareños y ajenos, el centro de la vida comercial y del buen yantar gracias a sus innumerables mesones.
Más allá, al sur, uno podía dirigirse hacia la meseta castellana, manantial de invasiones y hogar de morriña.
Se sentía feliz de pertenecer a este trozo de paraíso.
Estaba encontrando lo que deseaba: reconciliarse con la vida…con él mismo. Su corazón limpio le brindaba nuevas posibilidades, opciones ocultas que pretendía hacer realidad.
Llevaba tanto tiempo sin descansar de verdad y...tuvo que ser una terrible discusión con sus jefes lo que le devolviera a la realidad.
Después de las duras palabras que les dirigió no tendría otra opción que escribirles una carta donde les daría explicaciones y les tranquilizaría sobre su silencio.
Había terminado explotando, no podía seguir engañando a los clientes, a los accionistas, a las autoridades y seguir como si nada ocurriese. Les diría que necesitaba un cambio de vida…estaba seguro de que le comprenderían, estaba seguro de que en alguna otra ocasión les habría pasado algo similar…pero que podían estar tranquilos: nadie conocería por él los oscuros trapicheos que se cocían en la compañía.
Escribiría la carta esa noche, se había marchado dando un portazo hacía un par de días y no debía dejarlo más, seguro que estaban preocupados en la oficina.      

Estaba hambriento, y como camino de su casa pasaba por la plaza, decidió que pararía en el bar "A Praza"; se tomaría un café con leche y lo acompañaría con sus famosas porras; un exquisito manjar cuando están en su punto, crujientes por fuera, blandas por dentro y con poco aceite, y desde luego Juanín las bordaba.  
Al girar al final de una estrecha calle empedrada, una hermosa visión le alumbró la cara; centenares de columnas de piedra pulida por el paso de la vida le envolvieron, sobre ellas unas enormes vigas del mismo material colocadas de forma longitudinal a la plaza sujetaban los voladizos de las  casas soportados por largas vigas de madera oscurecida; el conjunto era de una armonía extraordinaria y eran muchos los forasteros que pasaban por el lugar sólo por ver esta maravilla.
Sobre las casas reposaban brillantes tejas que parecían deslizarse hacia el adoquinado antiguo, caldero primigenio de donde partía la vida a través de sus estrechas venas.
El local oscuro emanaba un exquisito olor a café molido que sus muebles de madera trabajada por el tiempo modulaban con un untoso y ligero vapor de vainilla.
Como era pronto se sentó en una de las mesas de la cristalera que daba a los soportales, a los pocos minutos estaba disfrutando de unas porras y de un excelente café.     
Una vez dio cuenta de las porras dejó vagar por la plaza su mirada, el día fresco y nublado le daba bienestar, se sentía flotar…con ojos llorosos su cara sonreía, era feliz.

Marcel aparcó a las afueras del pueblo, buscaba la plaza, le dijeron que allí había un café donde servían unas porras muy ricas, tenía hambre además de estar agotado, ya no tenía edad para conducir, se decía; miró su reloj y salió andando.
Llegó a la plaza una de esas viejas plazas de pueblo llenas de columnas y con casas que se caen protegidas por verdosas tejas.
Con la mirada dio toda la vuelta a la plaza, varias callejuelas desembocaban en ella, no había vehículos y apenas unos pocos transeúntes.
Miró su reloj, siete minutos le separaban del coche; la mañana dormía aún.     
Entró en el café y acercándose a la barra pidió dos raciones de porras y un café, se desabrochó la cazadora y miró a su alrededor. El local era tan antiguo como la plaza, una mueca de desdén se dibujó en su cara. La taberna desprendía un olor acre fruto de los infinitos años que por sus maderas habían pasado. Sólo un agradable aroma a café molido escondía algo la penosa sensación.  
Le trajeron las porras y rápidamente tomó una y se la empezó a comer.
-¡Tiene hambre amigo, un poco más y me agarra la mano!
Marcel no respondió, comía con ansia, sin levantar la cabeza echó al camarero una fría mirada y siguió comiendo.
Con el estómago lleno su cabeza regía mejor y limpiándose con una servilleta satinada que apenas le limpiaba y que tiró al suelo de mala manera, observaba a los pocos parroquianos que allí había.
Eran todos vejetes de cabellos blancos y frentes torturadas, con sus vasos de café vacíos miraban pasar la vida a cámara lenta, posiblemente para alargarla; algunas copas de licor giraban  en sus manos, parecían malabaristas de un viejo circo, artistas viejos también que se resistían a dejar la profesión para no dejar la vida.   
Se fijó en un hombre en la cuarentena sentado al fondo pegado a la cristalera, era el más joven de los presentes. Era diferente, su manera de vestir deportiva y a la moda le delataba, no bebía licor  y miraba fijamente a la calle.
Buscó su cartera y de ella sacó lo que parecía una foto.    
Sí…era él, parecía que terminaría rápidamente el trabajo, tendría tiempo para visitar a unos amigos a unos pocos kilómetros de aquí, se decía.
Con decisión se dirigió a la mesa donde estaba Jorge, se paró a un par de palmos de él e introdujo la mano debajo de la cazadora, Jorge giró la cabeza y le miró fijamente sin entender lo que ocurría…  

-¡Aló!...¡aló!...soy Marcel jefe, todo OK.

-¡Este pescado está muy sabroso!
El hombre, entrado en carnes comía una caldereta con auténtica pasión, no dejaba de hundir la cuchara en la cazuela pero tampoco dejaba de hablar, no paraba de exclamar maravillas de la comida, no paraba de piropear al cocinero.
El grupo, media docena de comensales, reunidos en una mesa rectangular disfrutaban de un entorno espectacular, la terraza del pequeño restaurante daba al mar bravío del finisterre y hacia tierra un frondoso bosque le rodeaba.
-¿Le traigo otra botella de albariño Sr. Fraile?
-¡Por supuesto chaval!, nos estamos quedando secos…como siempre la caldereta está exquisita  y se merece que la reguemos, jajaja… 
Mientras el camarero volvía por sus pasos el grupo reía las ocurrencias de Fraile.
-¿Qué tal el viaje? Te has debido pegar un buen tute; ayer en Madrid y hoy mira…
-Cansado…pero bien; el coche es potente y cómodo, llegué de un tirón.
-Te agradezco la visita, bueno te lo agradecemos, perdón…
-Eso…que siempre haces lo mismo, el burro delante, jajaja…- dijo la esposa de Fraile.  
-Gracias a ti por la invitación, además así puedo comentarte los detalles sin esperar a que vuelvas la semana que viene.
-Por lo que me dijiste esta mañana el hombre está de acuerdo en seguir adelante…no.
-Así es.
-¿Conoce los riesgos que conlleva?
-Sí, se lo conté todo, tendrá que entrar en la protección de testigos y cambiar de identidad…
-¿Y ha aceptado?, me parece increíble, con lo que ama a su tierra y a su familia…debe estar muy desesperado.
-Le expliqué todo el tiempo que llevamos detrás del bufete, el daño que han hecho a tanta gente y…lo entendió…es una buena persona.
-¡Buen trabajo Marcel! Parece que podremos enchironarlos…  




2 comentarios:

  1. Los senderos por donde el azar nos conduce a la ética pasan por un bar con porras calentitas.
    Abrazos

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  2. Qué mejor lugar para renacer que volver a saborear lo entrañable, aquello que dejamos para equivocarnos.

    Gracias Amando por leerme.

    Saludos.

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Gracias por tu comentario.

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