Las puertas del vagón se abren como un eructo, el aliento cargado de la máquina escupe decenas de personas acaloradas; que raudas y con movimientos zigzagueantes buscan su camino.
Después de media hora de viaje por las entrañas de la tierra los anónimos seres boqueando ansían volver a la fresca realidad.
El paseo subterráneo paraliza la vida, su devenir, es el refugio de lo exterior, el lugar que te aleja del peligro de la vida...pero nos gusta el peligro ¿dónde estaríamos sin los aventureros que lucharon en las fronteras del mundo?
Se viaja de una vida a otra a través de la nada con alguna que otra música negra o sudamericana.
Un caos que no lo es, nos aproxima a nuestra meta.
Los últimos peldaños de las escaleras nos exponen el lugar deseado, las estrellas terrenales nos deslumbran y como polillas bípedas a ellas nos entregamos.
La calle nos araña con sus frías garras, corriendo nos abalanzamos a esa boca caliente y luminosa. El interior nos acoge como un león a sus cachorros; hay aún más gente que en el exterior pero ya no están dispuestos a agredirnos, a violarnos. Todos nos sonríen...
La suave música nos mece mientras paseamos por hermosas avenidas de oro e incienso. Voluptuosas vestales nos sonrien al pasar ante los templos, sus miradas cautivadoras llenas de lujuria nos animan a llevarnos todo.
Subimos por escaleras móviles hacia otros paraísos con luces más brillantes si cabe; otras luces, otras gentes, otras diosas pero los mismos cantos de sirena.
Cada templo te acoge con alegría y en él nos inmolamos para regocijo del dios de la acumulación.
En cada inmolación nuestro yo más íntimo se expande, estamos agradando a la diosa de la apariencia.
Miramos, tocamos, paseamos entre los más bellos relojes y las ropas más excitantes; las sirenas, las vírgenes y los sacerdotes nos acarician con sus miradas lascivas.
En el paraíso bebemos un elixir reconstituyente, dispuestos ya a descender.
Bajamos los ojos gachos, las escaleras nos alejan de las luces, de los cantos embriagadores.
Apesadumbrados nos dirigimos al frío oscuro y punzante.
Corriendo y mirando a todos lados, nos abalanzamos a las entrañas de la ciudad, lugar extraño y desconocido.
Un calor pestilente nos abofetea, los vomitorios urbanos no cesan en su función.
Llega la máquina como gusano zumbador, nos llevará a la guarida a pernoctar una vez más.
Bolsas y más bolsas se apilan en la mesa, extasiados miramos el pequeño tesoro que los dioses nos han facilitado, juntos los dos nos fundimos en un abrazo místico.
El despertador suena, son las seis de la mañana; deprisa que tengo que coger la máquina en lo más profundo de la tierra que me llevará a ganarme la vida; deprisa me preparo y con un café por desayuno me lanzo a la calle arisca, deprisa que necesito ganarme la vida. Llegará el sábado para disfrutar deprisa y contentar a los dioses, iremos a sus templos para gastarme la vida.
maravillosa narración de esta compulsión consumista en la que vivimos, no podría estar más de acuerdo contigo amigo, como siempre tus relatos despiertan mi conciencia, un abrazo xoxo eliz
ResponderEliminarGracias Abril por tus amables palabras. Es importante saber que las reflexiones impactan.
ResponderEliminarun abrazo.
antonio.
Una descripción soberbia. Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias Chus, me agrada enormemente leer tus palabras.
ResponderEliminarun abrazo.