4/7/10

EL DEPORTISTA



Llevaba días paseando y, sin embargo no estaba cansado, apenas sentía fatiga.

Era evidente que su preparación física estaba siendo fundamental para ello; se tocaba las
piernas y se sorprendía de su dureza.
No recordaba bien cuándo comenzó a caminar, sí recordaba la enorme necesidad de andar que
le entró; unas ganas inaplazables de tomar el aire y de pasear por el mundo que le rodeaba y
que no reconocía; un mundo que se le negaba y que anhelaba.
Los músculos se le marcaban, sus piernas eran realmente macizas; no cabía la menor duda era
todo un atleta.


Recordaba sus días de gloria, días que no habían pasado; pensaba; solamente estaba
convaleciente, estaba descansando del estrés acumulado estos años de intenso trabajo.
El doctor le visitaba muy a menudo, no le dejaba tranquilo, siempre con sus recomendaciones;
no se daba cuenta de que lo único que necesitaba era olvidarse unos días de la presión de la
competición; estaba cabreado con él.
- ¡Qué poco saben estos médicos de las necesidades de los hombres, sólo quieren que
respondamos, que rindamos a nuestros equipos, y de nuestro espíritu qué!
Seguía andando, estaba pletórico de fuerzas y poco a poco le venía la alegría; a cada paso su
corazón se aligeraba y su mente vagaba por un mar de brumas.
Estos días de descanso le estaban sirviendo de mucho, olores que apenas recordaba, que tenía
agazapados en lo más recóndito de la memoria, cosas que le pasaron desapercibidas en
otra época.
Le servían para pasear, para observar tantas cosas que le habían negado durante muchos
años.
-Todo en aras de la competencia ¡maldita manía de los tiempos modernos! Hoy el
deportista es una máquina de batir metas.
-¿Qué curioso es todo, cómo se puede vivir tantos años en una ciudad y desconocerla
así?- decía.
Era una buena pregunta, pero tenía una buena respuesta: trabajando mucho, no parando
en ningún momento del día; entrenamientos, partidos, más entrenamientos y más
partidos; siempre de un campo a otro, de un gimnasio a otro.
Eso y no la desgana o el desinterés le habían hurtado tantas maravillas.
Maravillas que están al alcance de cualquier mortal salvo para unos seres considerados
dioses.
A su paso por las calles se encontraba con mucha gente; veía escenas llenas de ternura y
otras con agresividad, cosas tristes y cosa alegres, pero todas maravillosas.
-¡La vida es esto!
Su caminar se volvió algo más pausado, estaba tranquilo y gozaba como un resucitado
de todo lo que veía; caminaba sin rumbo como hacen los hombres felices, los hombres
con el corazón ligero.
A veces se paraba para contemplar alguna escena que le sorprendía aun más, una escena
que quería absorber.
A veces alguna lágrima se deslizaba por sus mejillas.
Lo que más le gustaba era mirar a los niños en el parque, todos bajo la atenta mirada de
sus madres. También había algunas abuelitas y abuelitos que cuidaban de sus nietos.
Nuevas criaturas que le reconciliaban con la vida.
-¿Qué serán estos niños dentro de unos años?, quizás alguno esté como yo.
Era todo muy armonioso, una ligera brisa movía las ramas más altas de los árboles
dando al ambiente un frescor delicioso.
Los pajarillos cantaban en las copas de los árboles, abrigados así del calor.
El olor a tierra mojada era embriagador; siempre le gustó ese olor, mejor dicho esa
sensación, era algo físico, le entraba por los poros y le paralizaba el cuerpo.
Era una de las emociones más gratas que recordaba de los pesados días de
entrenamiento, ese olor a tierra mojada que se respiraba al entrar al césped.
Los niños gritaban, lloraban, sus madres les reprendían; todo era algarabía, sonidos que
llenaban de vida el parque, sonidos de paz.
Bella melodía que llenaba de humanidad ese trozo de paraíso.
Más adelante aparecía majestuoso el lago, una impresionante masa de agua de origen
natural que daba frescor al entorno.
Este era uno de los lugares más entrañables para él; aquí se declaró a su primera
novia; se quedó pensativo y dudó si era este el lago de su primer amor.
Todo era apacible y armonioso, puestos de diversos colores, miles de olores
aromatizaban el ambiente.
Frutas y cuero se mezclaban en un estallido de sensaciones.
Vida en ebullición en el mercado al aire libre que colocaban dos veces por semana en la
pequeña avenida que desembocaba en la plaza mayor del parque.
En ese lugar mandaban los sentidos, sentidos olvidados por él desde hacía tiempo.
Era feliz, se sentía lleno de vida, contento andando entre la gente; se mezclaba entre el
gentío con gusto, con ansia tal vez; como un ermitaño que de pronto hubiera dejado su
aislamiento, como un náufrago que se reencuentra con el mundo ¿no era él un auténtico
náufrago?. Un náufrago en su isla interior.
El tiempo pasaba, el camino se hacía, su mente vagaba más allá de lo que veía; libre por
fin el mundo se le hacía pequeño, sus confines coincidían con los de su mente.

De pronto algo se le reveló curioso, sorprendente, pero seguía caminando no quería
preocuparse por nada, que nada le apartara de su felicidad.
Sin embargo no pudo resistirse al entorno, su semblante iba cambiando de color; todo el
mundo le miraba, miradas atónitas llenas de estupor; empezaba a preocuparse.
Caras tristes en su mayoría, caras que hablaban de pesar y melancolía; no alcanzaba a
entender lo que ocurría.
-¿Cómo es posible estar triste entre tanta belleza?- se preguntaba.
-¿No saben apreciar lo que tienen? Claro así es la sociedad moderna, así es la gente de
hoy, nadie está satisfecho con lo que tiene.- se decía.
Desde luego la vida es difícil, un conjunto de egoísmos individuales no pueden conjugar
vivir en armonía.
- Gente desagradecida que siempre quiere más ¡Dios mío ayúdales no saben lo que
hacen!- mascullaba.
Una enorme tristeza se apoderó de él, no acertaba a comprender; no comprendía tanta
falta de sensibilidad entre sus semejantes.
Le entraron ganas de gritar, de anunciar a los cuatro vientos que el mundo es bonito, que
basta con mirar alrededor para ver una inmensidad de obras que alaban la bondad de
Dios.
Quería gritar, gritar fuerte, gritar hasta que su corazón le saliera por la boca.
Gritar…dolor ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Cuál era esa sensación que se apoderaba de
él?, dolor, sentía una inmensa presión, dolor, su cabeza le iba a estallar, dolor.
-¡Dios mío! ¿Qué me pasa?
Abrió los ojos, y mientras por las mejillas le caían unas enormes lágrimas, miró
estupefacto al techo, sus ojos saliéndose de las órbitas no entendían nada.

De pronto…, se levantó horrorizado y salió corriendo por la puerta; largos pasillos se
abrían a los lados, largos pasillos que contenían miles de puertas, puertas todas iguales,
iguales a celdas.
Mientras corría desencajado, lleno de terror, intentaba entender, comprender, saber
dónde estaba y qué hacía en ese lugar.
No entendía nada; al girar por el pasillo se da de bruces con varias personas, él sigue
corriendo, no quiere parar quizás no quiere entender.
Quiere huir, quiere despertar, sigue su alocada carrera hacia ningún lugar.
“Sólo puede ser una pesadilla, una horrible pesadilla; en cualquier momento abriré los
ojos y sentiré de nuevo ese vitalizante olor a tierra mojada.”
Como poseído por el diablo seguía corriendo por los pasillos, bajando escaleras entre
las miradas atónitas de decenas de personas; miradas llenas de extrañeza, miradas
aleladas.
Un fuerte color azul llenaba su vista, estaba por todas partes; sus ojos no paraban de
mirar alrededor, escrudiñaba en busca de algo, alguna verdad, alguna claridad.
Muchos de los hombres con los que se cruzaba se reían, le miraban asustados,
alucinados; cada vez se reían más, abrían sus grandes bocas; enormes agujeros negros,
profundas grutas donde desaparecía el espíritu humano.
Él seguía corriendo, bajando escaleras, llorando aterrorizado; una enorme angustia le
oprimía el pecho.
No podía entender, se negaba a entender, dolor…
Salió del edificio a una explanada enorme delimitada por grandes y frondosos árboles,
tomó el camino más ancho que se adentraba en un bosque; seguía llorando, gritaba
desesperado, alucinado; quería huir.
En su loca carrera vió entre los árboles algunos bancos, no veía sin embargo juegos
infantiles.
-Habrán quitado los juegos, quizás fueran peligrosos- En un último esfuerzo por
entender, en un segundo de lucidez se dijo.
Bancos y hombres, muchos hombres se cruzaban en su camino; “¡ todos van con batas
azules, qué extraño!”.
Una suave brisa comenzó a mover las copas de los árboles, los pajarillos piaban en las
ramas.
El seguía corriendo, no paraba, no podía parar, no quería parar.
Al fondo del camino aparecía un gran lago, un lago lleno de patos, un lago que daba
frescor al ambiente.
Al llegar al borde del agua bruscamente se paró, miró a su alrededor con nerviosismo,
su cabeza le daba vueltas, no entendía nada, no quería entender.
Cayó de rodillas e hincó la cabeza en la tierra.
En torno a él se hizo un corrillo de gente, todos le miraban con pena, todos con batas
azules.
La pena dejó paso a las risas, grandes carcajadas empezaron a brotar de esos negros
agujeros.
Les hubiera querido matar, matarlos a todos.
Dos hombres con bata blanca le agarraron con fuerza, le sujetaron con dureza por los
brazos y dándole unas pastillas le levantaron, le tumbaron en una camilla y se lo
llevaron.
Poco a poco su cuerpo empezó a flotar, no lo sentía, una ligera sonrisa apareció en sus
labios; sonrisa que se fue convirtiendo en una enorme carcajada, carcajadas nerviosas,
histéricas.
Por fin comprendía…había sufrido un golpe en el partido y le llevaban al vestuario.
-¡Qué pesadilla tan tonta!- exclamó entre risas.
Enormes lágrimas caían por sus mejillas.

La camilla avanzaba hacia la puerta al final del pasillo, un rótulo
indicaba: LOBOTOMIAS

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