3/7/10

El Fósforo del Bósforo o las aventuras de un pelirrojo en las Turquías.

El niño sube la cuesta empedrada que lleva a su  casa, la subida se le hace más dura que nunca.

Anda con la cabeza agachada y su cara habla de tristeza.
Al llegar a la casa, Fosforito, se sienta en una piedra junto a la puerta esperando que el hematoma de su cara baje un poco. No quiere preocupar a su madre.
Sus ojos tristes buscan desesperadamente algo que le alegre el corazón.
La vista desde ese lugar es maravillosa, al fondo sobresalen con descaro los minaretes de la mezquita azul y algo más cerca y a la derecha la enorme cúpula de Santa Sofía; acercándose a él el puente que une las dos partes de la ciudad; y ya muy próximo y en la subida a su casa, la torre Gálata; hermosa y señorial desde siempre.

La visión le tranquiliza y la calma vuelve a su alma.
El mar omnipresente le apacigua. El canal del Bósforo inunda su mundo.
Su casa es una construcción típica del lugar, de madera y con los balcones cerrados y avanzados.
Como todo el barrio está en lo alto de una colina entre árboles gigantes.

Su madre está haciendo la comida en la cocina situada al fondo de la planta baja; en el patio, a pesar de ello, percibe la presencia de su hijo; se acerca a él.
-¿Kemal qué haces aquí sentado? ¿Por qué no entras en casa mientras yo voy a por el pan?
La madre extrañada ante el silencio de su hijo se acerca a él y le acaricia la cabeza.
- Dime ¿Qué te pasa? Te veo triste.
-Sí madre; estoy triste porque me he peleado con unos chicos.
La madre se agacha para colocarse a su altura.
-Mírame-le dice al muchacho.
Kemal no se atreve a levantar la vista y es su madre quien cariñosamente y sujetándole por la barbilla le levanta la cabeza para verle la cara.
-¿Te duele?- le pregunta mientras le toca la herida.
-¡Hay! ¡Claro que me duele, madre!- exclama torciendo la cara.
-Tienes que pasar a casa para que te lave la cara y te unte una pomada que cura estas heridas.
El niño se levanta con desgana y se adentran en la casa; pasan por el salón y llegan al patio trasero.
La madre con ternura infinita le aplica la pomada sobre el pómulo. El muchacho da un respingo, la frialdad del ungüento le sorprende pero le alivia de forma rápida.
Fosforito está ahora más tranquilo, el dolor se le ha pasado y las caricias de su madre le reconfortan.
-Cuéntame lo que ha ocurrido hijo.
Esta mañana hemos ido Omar y yo al bazar egipcio…
-¡Sabes que no me gusta que vayáis hasta ese lugar solos, hijo!
-Sí… lo sé… madre… pero… a Omar le gusta mucho ir a… ver a los animales y… le he tenido que acompañar- decía Fosforito con los ojos mirando al suelo.
-Hijo; en ese lugar hay mercaderes de tierras lejanas, y no me gustan; se cuentan terribles historias sobre niños desaparecidos en ese mercado.
Eres aún muy pequeño para andar solo por esos lugares y ya te he contado otras veces los peligros que corres en ese lugar.
-¡No me haces caso hijo mío!-la madre le revuelve los cabellos pasándole la palma de la mano
sobre la cabeza.
El niño sabedor de su falta abraza a su madre, que está agachada, pidiéndole disculpas.
La madre le da un beso en la frente.
-¡Seguro que habréis mirado los puestos de dulces, pillines! ¿Habéis comprado alguno?
-…Sí…pero… uno pequeño; Omar tenía unas monedas y ha comprado dos delicias de pistacho.
-Bueno…está bien, pero…¿Con quién te has peleado? y ¿Por qué?
-Me he peleado con Abdulla; iba con Ahmet y Adnan. Se…mete conmigo por…el…color de mi pelo. Me insulta cada vez que nos vemos. Kemal balbucea, hay algo en el fondo de su corazón que no dice.
-¡Esos chicos otra vez! Sé que son unos golfillos hijo mío; pero has de evitar esas peleas ya que algún día os haréis algún daño irreversible. No debes caer en la tentación de enfrentarte por esos insultos; los insultos no hieren al que los recibe si su espíritu está tranquilo; si está en paz consigo mismo. Sé que eres aún muy joven para entender bien estas ideas, pero recuerda que la hiel que lanza la boca del hombre es el espejo de su corazón.
-¿Le has hecho algún daño a él?
-¡Sí mamá!- dijo Kemal con orgullo que cree legítimo.
-Hijo no debes estar orgulloso de tu comportamiento; la violencia no trae nada bueno, y no se ha de utilizar ¡Ni cuando se gana es buena!
Fosforito algo sorprendido no puede dejar de hacerle una pregunta a su madre:¿Entonces qué he de hacer si alguien me ataca, si alguien me quiere hacer daño?
-Hijo…es muy difícil para mí explicar lo que te voy a decir; tu padre, que en paz descansa en el jardín de Mahoma, te lo hubiera contado muy bien; era una persona buena y nunca hizo daño a nadie.
-¡Pero madre! ¡A padre le mataron en la guerra! ¡Era muy bueno y…por eso le mataron!- Fosforito con los brazos levantados y la cara mirando al cielo, fuera de sí, le gritaba a su madre.
-¡Basta ya Kemal!- la madre se levanta y se da media vuelta. Está confundida, es la primera vez que su hijo le habla así.
-¡No te admito que me grites!¡No te da vergüenza hablarme de esta forma!-continua diciendo la madre ya mirándole; se dirige a él desde una pequeña distancia. Está extrañada más que enfadada.
Acercándose le dice: Sé que estás nervioso y que el recuerdo de tu padre te da mucho dolor, por eso te perdono, pero…te pido por favor que no me vuelvas a hablar en ese tono.
-Perdona mamá… por… haberte hablado así, sabes que te quiero y…es la primera vez que… lo hago- el niño apesadumbrado mira al suelo.
La madre se acerca a él y le abraza; Kemal la agarra por la cintura, ésta le acerca la cara y él le da dos besos.
Unas lágrimas les caen por las mejillas. La paz ha vuelto a sus corazones.

-Tu padre se fue a la guerra porque le obligaron a luchar contra los rusos; murió como otros tantos miles de compatriotas. En sus cartas me contaba lo mal que lo pasaba y que no tenía otro remedio que disparar; en la guerra no te puedes negar a luchar, los tuyos te matarían.
Todos sus amigos aquí en la ciudad podrán hablarte de lo excepcional que era, de lo que ayudaba a sus vecinos; nunca se peleó con nadie a pesar de haber pasado muy malos momentos y no haberle faltado ocasiones en las que otros hubieran actuado con violencia.
-Madre…¿Era padre…un…?- las palabras no le salen; quiere decir la palabra maldita; ese pensamiento…la pesadilla que le atormenta desde que tiene uso de razón.
-¿Qué quieres decir hijo?- la madre intuye la pregunta, sabe que las malas lenguas, las personas que no conocieron a su marido siempre piensan que su odio a la violencia era miedo.
-¿Era padre…un…cobarde?
La mujer siente un dolor punzante en el pecho ¡Cuántas veces tuvo que escuchar esa acusación insidiosa! ¿Por qué los hombres como serpientes lanzan tanto veneno?
La madre se sienta junto a su hijo y le dice:- Tu padre era el hombre más valiente que he conocido; tuvo que enfrentarse muchas veces a personas poderosas frente a las cuales todo el mundo agachaba la cabeza y él siempre la mantuvo erguida; hizo valer sus derechos pero siempre con la palabra.
Se enfrentaba a la injusticia con valor; luchaba por él y también por sus vecinos, por sus amigos. La bondad es fuerza y los fuertes son odiados por los envidiosos, personas mediocres y malas.
Se tuvo que enfrentar a personas déspotas y violentos pero él sólo utilizó la palabra para defenderse, y muchas veces salió vencedor.
Algún día aprenderás que es más difícil y valiente defenderse con las palabras que con los puños; que la violencia engendra violencia.
El niño escucha a su madre con atención, por fin está hablando de sus temores más profundos, está expectante y se siente mejor. Una ola sutil de tranquilidad le bajaba desde la cabeza llenándole todo el cuerpo.
Ella le agarra la barbilla y le mira la herida, la hinchazón ha disminuido; le da un beso en la mejilla y mirándole con una sonrisa llena de ternura, la ternura que sólo una madre que ha luchado por los suyos con denuedo para hacer que el tránsito por la vida sea placentero a pesar de los enormes sufrimientos acaecidos, sabe dar.
-Kemal, has de buscar a Abdulla y pedirle perdón, tendrás que hacer las paces con ese chico.
-No puedo hacer eso madre; me veré obligado a pelearme otra vez, ese muchacho es muy malo.
-No hijo; has de hacerlo; vuestros corazones se limpiarán y será tu amigo. Recuerda que lo blando puede a lo duro como la mar araña la tierra. Una vez que lo hagas sentirás como la paz se adueña de tu espíritu y reconocerás el valor en ti.
El niño, seguro al calor de la madre, escucha con atención. Le cuesta entender que debe hacer lo contrario de lo que siempre se ha hecho; hacerse amigo del chico más malo que conocía. Debía curar al enemigo de su pandilla, hacer las paces con él ¿Qué pensarán sus amigos de este comportamiento?
A Fosforito le asaltan las dudas y los temores ¿Será un cobarde como su padre?
-De… acuerdo madre, lo haré- dijo Kemal sin mucho convencimiento.
-Así me gusta hijo; tu padre se sentiría orgulloso de ti, y así comprenderás lo valiente que era.
Fosforito sin estar convencido se propone hacer caso a su madre:” ¿Cómo puede negarse ante la mejor madre del mundo?”-piensa.
Le pica la curiosidad por saber qué se siente al actuar así; quiere limpiar su corazón que es muy importante según su madre, y tener el espíritu tranquilo.
-“¡Seré un valiente actuando como quien teme! Qué cosas más raras dice mi madre”.-pensó.
La madre se levanta y mientras se dirige hacia la puerta de la casa, dice: Hijo vamos a comer; mientras yo voy a por un poco de pan y algo de leche lávate un poco.
Kemal se levanta y se acerca a la pila; el agua fresca en la cara le vivifica.
La mujer de vuelta y ya en la cocina, calienta el guiso de cordero y espinacas que tanto les gusta.
Fosforito con la cara y las manos relucientes se queda cerca de su madre observando como guisa; se apoya en la cocina de hierro fundido alimentada de leña que su padre regaló a su madre apenas unos meses antes de partir a la guerra.
La cocina desprende un calor muy agradable y un olor maravilloso.
El niño se pone a colocar la mesa; le gusta ayudar a su madre en lo que puede. Desde la marcha de su padre a la guerra de Crimea se quedaron solos y aprendió lo duro que es para una madre sola dar educación a un hijo, y mantener una casa. Con la exigua paga del ejército
que apenas daba para comer, la madre tuvo que empezar a trabajar como cocinera en la casa de un alto oficial.
Se sientan a comer, la madre llena dos platos hondos con una buena ración del guiso, sobre la mesa varias tortas de pan ácimo y unos vasos con agua.
-¿Sabes por dónde vive Abdulla?- le pregunta la madre.
-Creo que en el barrio de kumkapi, cerca de la calle Ordu.
- Está algo lejos, es el puerto de los pescadores y debes ir con cuidado- le dice con severidad a Fosforito.
-Tendrás que ir mañana ya que pronto oscurecerá y no es bueno aventurarse por aquellos lugares.
-De acuerdo madre.
-Ahora sube a tu habitación a estudiar-le indica.

A la mañana siguiente y después de desayunar Fosforito emprende el camino hacia el barrio de marineros que se encuentra en el cuerno de oro.
El camino es largo y debe cruzar el viejo puente de madera para pasar delante de edificios llenos de historia que siempre le impresionan, palacios, mezquitas, la zona más antigua de la ciudad.
Se adentra por calles de un bullicio que aturde para llegar al pueblo de los pescadores frente al mar abierto.
Puestos de infinitas mercaderías bordean las calles, pescados, carnes, frutas, dulces y todo tipo de productos que embriagan el ambiente.
La suave pendiente le acerca a la tibia humedad del mar.
Kemal se encuentra ya en el territorio de su pequeño enemigo, algunos grupos de chicos juegan en los alrededores; se acerca a uno de ellos y pregunta por Abdulla.
Se tiene que acercar al puerto; Abdulla se encuentra ayudando a algunos pescadores a cambio de unas monedas.
Frente a él aparecen los muelles, decenas de mástiles bailan en el horizonte; pescadores en pequeños grupos se aplican en sus tareas: arreglan redes y pintan barcas.
Cuando llegue la noche saldrán a pescar.
Unos metros más allá, tierra adentro, están sus pequeñas casas de madera; las esposas de los pescadores secan el pescado en colgaderos, tienden la ropa y hacen la comida.
Los dos muchachos cruzan las miradas y sus cuerpos se tensan.
Kemal decide acercarse, Abdulla suelta las redes y espera el encuentro.
Se quedan uno frente al otro, muy cerca, al alcance de los puños.
-¿Qué quieres!-dice Abdulla.
-Quiero hacer las paces contigo.
¿Las paces? ¡No digas tonterías! No será que tienes miedo.
Al decir esas palabras Abdulla levanta los puños para la pelea.
-¡No es eso y tu lo sabes! Quiero que seamos amigos, pero tienes que dejar de insultarme.
-No me hagas reír mocoso; eres un fósforo hijo de un cobarde.
Como un rayo Kemal se abalanza sobre Abdulla, le agarra del cuello con fuerza; esa palabra maldita le vuelve loco.
Algunos pescadores que están arreglando las redes, los más cercanos, dándose cuenta de lo que está ocurriendo se acercan a los muchachos, se quedan mirando pero nadie interviene, saben lo que dice la costumbre: las diferencias entre jóvenes, que se dirimen con los puños, desaparecen.
La embestida brutal les hace caer sobre un montón de redes de pesca; Abdulla una vez pasada la sorpresa se revuelve y le da un puñetazo en la cara; Kemal dolorido se ve obligado a soltar y se tapa la cara con las manos; el golpe ha sido muy fuerte.
Abdulla se levanta e intenta recuperarse respirando con fuerza.
Kemal sigue en el suelo.
Abdulla aprovechando la situación le propina una patada en el costado; Kemal grita y se encoje por el dolor; Abdulla rabioso y sintiéndose triunfante se queda de pié a unos pasos de Kemal; está en tensión preparado para dar otra patada.
Kemal se retuerce, pero no está dispuesto a recibir otro golpe y decide actuar, la rabia le hace olvidarse del dolor.
Con rapidez se levanta y se abalanza sobre su contrincante con la cabeza por delante; la fuerza del envite les hace retroceder unos metros, colocándose al borde del agua.
Abdulla golpea la espalda de Kemal en un intento de quebrar la fuerza del ataque.
Kemal fuera de sí, se yergue y con la fuerza de la desesperación golpea en la cara a Abdulla.
Éste al irse hacia detrás pierde el equilibrio y se cae al agua.
En su caída le siguen las redes de pesca enganchadas a sus pies.
Entra en el líquido de cabeza y desaparece rápidamente, las redes le tapan.
Kemal furioso y aturdido se queda mirando como se hunde su enemigo.
Sabe que ha ganado; durante unos segundos el triunfo le alegra olvidándose de la terrible situación de Abdulla.
El peso y la maraña de redes imposibilitan a este último su vuelta a la verticalidad para poder subir a la superficie.
Kemal comienza a darse cuenta de la gravedad de la situación y sin pensarlo más se tira al agua.
El líquido está en ese punto muy turbio y tiene dificultad para ver el cuerpo de su enemigo.
Por fin y detrás de las redes, ve a Abdulla en un infructuoso esfuerzo para sacar sus pies de la trampa de cuerda.
Sus ojos muestran el horror al que está sometido.
Kemal llega y le ayuda a quitarse el nudo de los pies; los segundos pasan y Abdulla pierde las fuerzas, no puede seguir; su cuerpo se estira y se da por vencido.
Kemal se desespera, sabe que dispone de muy poco tiempo para sacarlo. Abdulla se ha desmayado y él puede aguantar ya muy poco sin respirar.
En un postrero intento consigue desatar un pie, sabe que ahora los segundos son esenciales y, con más rapidez si cabe, se centra en el otro pie.
Lo desata y agarrando a Abdulla por los pelos le lleva como una exhalación hacia la superficie.
Dos hombres se tiran al mar al aparecer Kemal y le ayudan a sujetar al otro muchacho.
Kemal agotado coje aire a grandes bocanadas; ha estado al límite.
Se agarra a un saliente de piedra y recupera la vida que se le iba.
Abdulla tumbado en el muelle está siendo reanimado por los pescadores, en silencio un hombre con la piel curtida por los años se afana en volverle a la vida.
Ayudan a subir a Kemal, éste se tumba en el suelo y respirando con fuerza trata de volver a la normalidad.
¡Ya, ya!- gritan los pescadores- parece que vuelve en sí.
Kemal al oír estas palabras se levanta haciendo un gran esfuerzo y se acerca al corrillo.
El muchacho con convulsiones escupe agua.
Un griterío se apodera del grupo y todos felicitan a Kemal.
Éste ya recuperado se acerca a Abdulla.
-¿Estás bien?
El muchacho responde que sí con la cabeza; aún le quedan unos instantes para poder hablar; ha estado muy cerca de la muerte.
Una mujer trae unas infusiones y unas mantas; Kemal se tapa con una y se toma la vivificante bebida.
La noche cae sobre el cuerno de oro, el aire fresco del mar apacigua las almas pero recuerda a Kemal que ha de volver a su casa.
Se levanta y se acerca al grupo que cuida de Abdulla; los pescadores se apartan dejando paso a Kemal; de frente tiene a Abdulla; se miran sin decir nada; de pronto éste se levanta y se funden en un fuerte abrazo.
Algunas lágrimas se deslizan en mejillas horadadas por el tiempo.
Kemal pasa frente a la mezquita azul, gira la cabeza a la derecha para ver esa hermosura, ya le queda menos para llegar a su casa, ya distingue la torre Gálata.
Un único pensamiento le ocupa la cabeza: ¡Lo orgulloso que se sentirá su padre en el paraíso!

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