23/10/10

MÁS DURO QUE LA TRISTEZA.




Se adentraba por una calle estrecha y oscura.
Andaba pensativo y no se fijaba por donde iba; a veces sentía su cuerpo estremecerse.
Hacía frío, estábamos en invierno y no se encontraba vestido adecuadamente.
Su mente vagaba por infinitos espacios, por pensamientos inconexos que no acertaba a controlar.
Su caminar cansino y sin rumbo despertaba extrañeza en quienes se cruzaban con él.
Las manos en los bolsillos, el cuello de la chaqueta subido y los pantalones algo caídos le daban un aire entre vagabundo y chulesco.

Era una tarde como tantas otras en estas fechas, una tarde gélida y humedad como correspondía a una ciudad bañada por un enorme lago. El día había resultado más duro de lo esperado y demasiado largo; repleto de emociones.
En su mente confusa miles de pensamientos se le agolpaban, ésta parecía que le iba a estallar.
Estaba harto de los gritos, de las imposiciones arbitrarias de su jefe y de las risotadas de Mary, su compañera de oficina además de la querida de su jefe.
Siempre tan provocativa con esas faldas tan ajustadas que se ceñían a su cuerpo como un guante; sus curvas se delataban y siempre buscaban liberarse y tragarle. No podía soportar ese suplicio, su cuerpo temblaba sólo de pensarlo.
Tenía que reconocer que le excitaba mucho esa mujer.
Parecía una buscona con sus labios siempre pintados de colores chillones que resaltaban la carnosidad de su boca.
Las miradas provocativas y sus posturas insinuantes le tenían siempre en un constante desasosiego.
-¡Bonito! Te vienes conmigo, estoy caliente.- escuchó.
De pronto se sobresaltó, su mirada vidriosa y perdida se alzó al oír esas palabras; una prostituta le llamaba.
La miró con desgana y no respondió, sólo la miró fijamente con una mirada fría llena de asco y desdén.
La prostituta no volvió a abrir la boca, se quedó parada con un brazo levantado haciendo ademán de llamar; no se atrevió a seguir y sintió miedo.
Esa mirada la había dejado paralizada, no era una buena mirada.
Conocía a los hombres que miraban así y prefirió dejarle pasar.
Jimmy siguió andando arrastrando los pies.
Se le estaban quedando helados, llevaban unos zapatos ligeros y baratos adecuados para ir a la oficina en coche pero no para andar por la calles frías y llenas de charcos en plena noche.
Calles malolientes y sucias alrededor del puerto.
Se levantó el cuello de la chaqueta todo lo que pudo para mitigar ese frío que sólo se siente con la desesperación.
Un perro vagabundo apareció al girar la esquina, dejaba ese callejón maloliente.
El perro olisqueaba en unas bolsas de basura, al cruzarse estuvo tentado de darle una patada pero al ver al animal con esos ojos llenos de miedo, el rabo entre las piernas y las orejas gachas, sintió piedad.
Tras unos minutos en los que no podía apartar la mirada del chucho, siguió su camino.
El animal le recordaba a él, se vio en sus ojos; le reflejaron su propia indefensión, estaba como él, perdido y desesperado.
Una música le sobresaltó y enormes luminosos le cegaron, paró y miró a su alrededor; sin darse cuenta había llegado a una céntrica calle en los aledaños del puerto, la música salía de un antro apestoso donde enormes carteles con mujeres desnudas atraían a los hombres como atrae el domingo la llamada de la iglesia
-“No sería esta la nueva religión del hombre descreído?”-pensaba.
La gente iba y venía llena de alegría, los efectos del alcohol eran evidentes; el ruido también.
Personas riendo, gritando, sin problemas aparentes; gentes que simplemente vivían.
Estaba sorprendido, viniendo de la oscuridad y no sólo física, tanta algarabía le aturdía; sus ojos se llenaron de lágrimas.
Bajó la cabeza y siguió andando.
Tras su paso por el ejército y después de haber probado diversos oficios, encontró un trabajo más estable en una oficina de patentes.
Llevaba los últimos ocho años detrás de una máquina de escribir rellenando impresos y perdiendo poco a poco las ilusiones de la infancia.
Se alistó en el ejército con el corazón henchido de consignas patrióticas.
Pensaba en la gloria, en la admiración que causaban los militares en las gentes.
Pero después de pasar por calvarios difíciles de explicar; después de ver a muchos de sus amigos morir en la selva destripados por las minas, o reventados por algún disparo venido de no se sabe dónde; después de pasar por el infierno, no tuvo más reconocimiento que unas pocas medallas colgadas en un marco; como la gran mayoría de los combatientes de la guerra de Vietnam.
-“¡Dónde estaba ese recibimiento apoteósico de las películas! ¡Dónde estaban las fanfarrias que llenan de orgullo a los soldados que llegan del frente! ¡Puras patrañas de las autoridades!
¡Hacen cualquier cosa para llevar carne al matadero!”- su mente no paraba.
Esa guerra fue un deshonor y todos sus actores olvidados, apartados y relegados a la condición de asesinos fascistas.
Fueron tratados como apestados en su inmensa mayoría.
Cada vez tenía más frío, ese frío húmedo que se metía por todas partes y se cebaba con los huesos. Viejas heridas se despertaban al abrazo del frío.
Se volvió a ajustar la chaqueta al cuerpo; cuerpo maltrecho que se perdía entre la ropa.
Cuánta diferencia había con ese cuerpo otrora robusto, lleno de vitalidad.
El aburrimiento y su vida sedentaria pudieron con él.
La noche iba pasando y se acercaba al paseo marítimo.
El olor a mar lo impregnaba todo, olor que amaba hace algunos años ahora le dejaba indiferente.
El rumor de las olas rompiendo contra el embarcadero le recordaba tiempos pasados en los cuales gustaba de venir a pasear por estos mismos lugares junto a su mujer.
Rose, su mujer siempre fue muy bella y estuvo enamorado de ella desde pequeño.
Se conocían de toda la vida ya que sus familias eran vecinas; ellos eran de la misma pandilla y compartieron juegos, secretos y aventuras.
A su vuelta del ejército empezaron a salir; no tuvieron un noviazgo largo, tenían prisa por vivir.
¡Qué contradictoria es la vida; tenían prisa por vivir y sin saberlo empezaron a morir!
Pronto llegaron los hijos, mucho trabajo y dificultades para poder llegar a final de mes.
Tenían cinco niños, dos hermosas niñas y tres varones.
Los hijos los manda Díos, como decía Rose, una chica que resultó ser más religiosa de lo que Jimmy se esperaba. No recordaba esta faceta suya en la época de novios; posiblemente por aquello de que el amor es ciego.
La vida de Rose tenía pocos horizontes, sus hijos, la iglesia los domingos y su marido; y por ese orden.
“¡Qué bonita era Rose cuando éramos novios!”- Sus pensamientos volaban sin ataduras.
“¡Ahora está gorda! No para de comer y no se cuida. Se ha convertido en un ser vulgar”.
Era consciente de que su escasa presencia en el hogar no ayudaba a que pudieran tener una buena relación amorosa; tampoco ayudaban los muchos hijos pero…”¿No es ella la que debe cuidarse para su marido?” Su pensamiento estaba cargado de resentimiento.
Su cabeza le daba vueltas y le parecía que le fuera a estallar.
“¿Cómo pude dejar que esto sucediera? ¿Qué puedo hacer ahora?”
No tenía solución y le daba vueltas y más vueltas a su situación pero no encontraba una salida que no fuera desaparecer “¡Morir?” Se decía.
No tenía fuerzas para huir ni sabía dónde ni cómo. Además le cogerían antes de salir del país.
Estaba seguro de que le perseguirían hasta dar con él.
Entonces qué otra solución le quedaba sino la muerte.
No soportaría la cárcel, era peor que la muerte; la muerte llega en un instante, lo sabía muy bien, lo había visto tantas veces en la guerra, cuantos compañeros llenos de pánico y desesperación se habían quitado la vida; pero la cadena perpetua es morir poco a poco hasta volverte loco.
No veía nada claro y sólo tenía miedo.
Mary se le aparecía, hermosa, tumbada en el suelo y con la cabeza girada sobre un gran charco de sangre.
No podía más, estaba muy cansado.
Era mucho más que cansado; estaba abatido. Se sentía como si tuviera más de mil años; como si todo el peso del mundo estuviera sobre sus hombros.
Un grito ancestral salió de su garganta; se dejó caer sobre un banco de madera, estaba junto al mar.
Su sonido siempre le había relajado, siempre le llenaba de vida, siempre le dio fuerzas para seguir.
-¡Ahora no!
Su cabeza le iba a reventar; la justicia del hombre caería sobre él con toda su contundencia.
-¡Jimmy!- Una voz le hizo girar la cabeza.
Era Mary, se le acercó sonriendo y le agarró del brazo.
Su cuerpo entero se erizó.
-¿Me invitas a una copa?- dijo.
“Es increíble, la hermosa Mary me invita a una copa”.
Nunca quiso entablar amistad con ella, era demasiado delicado, peligroso; era la amante de su jefe.
Sin embargo no era por faltas de ganas; sus curvas eran maravillosas y ella hacía lo posible por enseñarlas.
Aprovechaba cualquier oportunidad para excitar a los hombres y él la tenía enfrente en el trabajo.
Le era imposible levantar los ojos de la máquina de escribir y no encontrarse con esas piernas maravillosas, tan bien torneadas. Las abría con descaro dejando entrever toda su intimidad.
Él sufría, notaba hervir su cuerpo mientras ella se reía.
Le lanzaba una sonrisa provocativa, se ajustaba la falda y levantaba su busto.
Él agachaba la cabeza mientras ella se atusaba el cabello y con profesionalidad se pasaba la lengua por los labios entornando un poco la boca.
En esos momentos Jimmy sentía su corazón desbocarse; daría su vida por tocarla, por sentir su cuerpo entrelazado al suyo.
Tenía que reprimirse no podía arriesgarse a perder el trabajo.
Se fueron a una cafetería de moda, Jimmy temblaba; hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer que no fuera la suya.
Pidieron dos cervezas.
Ella se fue acercando sin ningún pudor hasta que sus cuerpos se pegaron. Notaba su carne caliente y firme.
Su finísimo vestido dejaba traspasar toda su carnalidad.
-¿A qué se debe esta repentina proposición?- le preguntó Jimmy.
-Tenía ganas de tomar una copa con alguien, nada más.
-¿Por qué me has elegido a mi? Al jefe no le gustaría saber que estás conmigo; puedo buscarme un problema si se entera.
-No se enterará, descuida- dijo con indiferencia.
-Quiero charlar con alguien diferente; nuestro jefe me tiene harta, es muy absorbente.
Sus ojos denotaban tristeza, miraban al frente, vagaban por la sala buscando algo indefinido.
Hablaron de cosas banales, del trabajo y del tiempo.
Jimmy estaba nervioso, su cuerpo ardía y no acertaba a entender lo que pretendía.
“¿Querría ella algo más?”
“¿Esperaba ella que fuera más explícito?”.
Estaba desconcertado y no se atrevía a intentar nada pero su deseo era grande, inmenso.
En otras circunstancias no lo hubiera dudado, siempre fue lanzado con las mujeres.
Además ella no le facilitaba la labor, no le hacía mucho caso.
“Le necesitaba-se decía- para apartarse unos instantes de su profunda soledad; seguramente no era feliz junto a ese viejo”.
Suponía que iba con él por dinero.
“¿Qué otra cosa le podía ofrecer?”.
-¡Paga y vámonos!; estoy cansada y me voy a ir a casa dando un paseo.
Jimmy llamó al camarero, pagó la cuenta y salieron a la calle.
Se despidieron sin ninguna efusión dándose la mano, ella se dio la vuelta y se alejó.
Jimmy se quedó parado pensando, no acertaba a entender nada.
Su cabeza le daba vueltas; miles de pensamientos le invadían; su cuerpo ardía en deseos, eran olas imparables que terminarían ahogándole.
Comenzó a seguirla desde la distancia, su cuerpo se movía cadenciosamente, el vestido ajustado resaltaba sus impresionantes redondeces.
La temperatura había bajado mucho pero no le afectaba, su cuerpo ardía y su mente también.
La siguió unas manzanas adentrándose en una bonita zona residencial; no era como su barrio, con grandes bloques de hormigón, hormigueros humanos llenos de pandillas que atemorizaban a los vecinos. Pisos pequeños abarrotados de gente.
Aquí el silencio era profundo,grandes árboles flanqueaban la carretera.
A lo lados parterres muy cuidados llegaban hasta las casas; bonitas casas de madera con anchas galerías en su parte delantera, porches maravillosos donde la gente se sentaba a charlar en las tardes de más calor.
Siempre soñó con una casa así pero su sueldo apenas daba para vivir en aquella ratonera.
“¡Qué difícil le resultaba vivir de forma decente y qué sencillo era vivir bien con un buen cuerpo!”.
La rabia le calentaba el cuerpo pero le cegaba la mente.
Mary giró hacia una de esas casas, andaba más despacio y buscaba algo dentro del bolso.
Así despacio y con la cabeza gacha se fue acercando a la puerta.
Él se quedó parado a unos pasos de ella detrás de unos setos para no ser visto.
Mary metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta; en ese momento y como un felino acechando a su víctima, Jimmy salió corriendo hacia la puerta; apenas veinte metros le separaban de ella; en unas pocas zancadas dignas del mejor atleta se abalanzó sobre la puerta y poniendo el pié impidió que Mary la cerrase.
Ella gritó y al ver a Jimmy se quedó petrificada por el susto.
Éste con un movimiento rápido la empujó dentro de la casa y cerró la puerta tras de ellos.
-¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?- balbuceó con voz sofocada llena de temor.
-Quiero…- apenas sabía qué decir.
Su mente ofuscada no dejaba de darle vueltas, miles de imágenes de su vida se le aparecían, todo el rencor acumulado en años le regurgitaba.
Le dolía el estómago.
-¡Quiero estar contigo- dijo con voz trémula.
-¡Quiero estar contigo un ratito- volvió a decir.
Mary se echó hacia atrás alejándose de él.
Tenía miedo, le parecía increíble la situación y quería evitar enfadarle; no le gustaba su mirada.
Jimmy había perdido toda noción de la realidad; su mente había desconectado y avanzaba como un autómata hacia la chica.
Mary aterrorizada quiso llegar hasta el teléfono; Jimmy se abalanzó sobre ella a la velocidad del rayo arrancando el cable del teléfono.
Mary gritó llena de horror, él se colocó rápidamente detrás de ella y le tapó la boca. Pero ella
en un intento de librarse le mordió la mano con todas sus fuerzas.
La mordedura le hizo aullar de dolor.
Con la fuerza que da la locura le golpeó la cara y Mary cayó al suelo sin sentido.
Jimmy estaba perdido, un dolor intenso le golpeaba la frente y un sudor frío le recorría la espalda.
Asustado y nervioso no era capaz de pensar con claridad.
“¿Qué estoy haciendo?”.
En el caos de la locura algún destello de algo parecido a la realidad le aparecía.
Su cuerpo tembloroso no obedecía a su mente.
Sus piernas se doblaron y con las manos en el suelo sujetando el cuerpo para no caer, agachó la cabeza y lloró…

“Arriba soldado, un hombre no llora, termina el trabajo y sigue tu camino!”.

Una voz interior le volvía a la realidad.
Una mueca iluminó su cara; su cuerpo se irguió con fuerzas renovadas.
Buscó con la mirada los objetos que estaban a su alrededor; alargó una mano y tomó un pesado candelabro y…

Salió de la casa, por la calle no se veía un alma.
Su sangre bullía a pesar del frío intenso que hacía.
Se levantó el cuello de la chaqueta, metió las manos en los bolsillos del pantalón y aceleró el paso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...