18/10/10

EL DESAMOR Y SU TORMENTO.





Estaba solo en el patio, ese lugar limitado pero sin límites, espacio de su imaginación.

Todo el mundo se fue a comer, estaba tranquilo y el bullicio de hace un instante se
esfumó; era su momento preferido, su rato de introspección, su momento simplemente,
todo suyo.
Todos se comportaban como niños, por grupos entre gritos, risas y empujones se retiraban hacia los comedores.
Él se quedaba siempre en el patio, se encontraba muy bien allí solo, tranquilo, disfrutando de una paz que necesitaba.

Cuando todos se retiraban él por fin respiraba; estaba mejor solo, es posible que nunca le gustara la gente.
Tanta algarabía le ponía nervioso, todos hablando a la vez, todos moviéndose de un sitio para otro, gesticulando, gritando, empujándose.
Era una auténtica locura; siempre se decía que si alguien pudiera ver y oír este enjambre de personas desde el cielo sería lo más parecido a una jaula de grillos; quizás un hormiguero, se decía también; a veces dudaba de las cosas.
Multitud de puntos oscuros dentro de un perímetro mínimo, infinidad de seres libres en un mundo en miniatura.
Personas únicas que en el juego de la vida han perdido la partida.
Como enormes piezas de ajedrez movidas por los dioses del olimpo han sido atrapadas por las sirenas.
En fin una absoluta locura.
Así que aprovechaba el maravilloso descanso del almuerzo para poner en orden sus ideas.
Llevaba ya varios años en ese lugar y le costaba recordar los detalles de su vida anterior ¿Existía algo diferente a su vida actual?
Su cara se alegraba, una pequeña sonrisa salía de su boca.
Qué irónica era la mente humana, sería quizás para evitar el dolor por lo que la mente tendía a olvidar esos detalles; pura supervivencia.

La quiso tanto; fue lo más maravilloso que tuvo.
Llevaban una vida muy placentera, así lo recordaba; la quiso tanto… y ella a él también.
Eran el uno para el otro; se ayudaban en todo; eran el apoyo que ambos necesitaban.
Habían luchado mucho los dos juntos, trabajando, estudiando. Cuántas veces se quedaron sin dormir para sacar adelante los trabajos de clase. Cuántas veces se sintieron sin fuerzas y sacándolas de flaqueza consiguieron el éxito.
Esos momentos dieron cohesión a su vida uniéndolos enormemente.
Nada hacía presagiar el futuro, ese futuro tal como sucedió.
Quizás no hablaban demasiado…no hablaban de sus sentimientos más íntimos.
¿Fue la cama el problema?
-Seguramente- se dijo con amargura.

Sin embargo no le resultaba especialmente difícil recordar los diez años que llevaba allí; sólo necesitaba pararse a pensar en ello… simplemente pararse a pensar.
Pensar era lo que más le gustaba hacer en esos momentos de soledad; pensar era lo que hacía desde hace tantos años; era lo único que hacía, lo único que le reconfortaba, lo único que le daba fuerzas para seguir.
Se sentaba en un rincón en cuclillas, como los indios de la india –“hindúes”- pensaba.
Era una postura muy cómoda, no le extrañaba que eso famélicos indivíduos que salían en tantos noticiarios y documentales se pasaran el día de esa guisa, era realmente una postura ideal.
Así pasaba muchas horas, y así se comió también muchos bocadillos con su botella de vino; el vino no podía faltar; era una de las pocas costumbres que mantuvo de su etapa exterior.
Desde luego no dejaba de sorprenderse con la existencia humana, con su devenir, era todo tan irónico, tenía tintes irreales, toques de surrealismo.
-¿Qué mueve al hombre? ¿Qué es lo que le empuja a actuar de forma irracional? ¿Qué nos induce desde lo más profundo de nuestro ser a cometer un acto de barbarie?- se preguntaba en voz alta metiendo la cabeza entre las piernas.
En su infinita soledad resguardada por altísimos muros el hombre se hacía viejas preguntas. Preguntas que no por repetidas tenían fácil respuesta. Preguntas que, como misiles, debilitaban la línea de flotación del ser humano. Preguntas que destapaban la verdadera esencia de la condición humana.
El hombre es barbarie y sólo la ley limita su natural anarquía, sólo el miedo a la ley, el miedo al castigo.
Sí… diez años llevaba entre esos muros; entre bocado y bocado dejaba su mente vagar.
Lo terrible de la situación aparecía como una nube en su pensamiento, una terrible presión le aplastaba el cráneo…un error, un maldito error, la sentencia y las vidas truncadas; un torbellino de sentimientos, de dolor e imágenes inundaban su cabeza.
-¡Díos mío, perdóname!- gritó con la fuerza que da la desesperación.

Qué maravilloso es el contacto de los pies desnudos con la arena de la playa en una noche de verano. Unas solitarias lágrimas caían por sus mejillas. Recuerdos de vida en su estado líquido, dolor inmenso hecho realidad, metáfora cruel de tiempos felices.
Tenían alguna copa de más, bailaron, fue una noche maravillosa.
¡Qué feliz era con esas dos mujeres maravillosas! Eran jóvenes.
Pasearon entre ficus y palmeras, esos árboles que te transportan a latitudes distantes a países soñados. Las calles mojadas por las lágrimas de alegría de ángeles de esperanza.
Entre risas y contactos sutiles, expresión muda de sentimientos guardados, llegaron hasta la playa; gritaban, se empujaban, caían sobre el lecho tibio; se amaban; eran jóvenes.

El bocadillo le gustaba, era mejor que otros días, le habían puesto un poco de margarina.
Así sabía mucho mejor el fiambre, era más suave y sabroso. Se lo comía con hambre, con ansia incluso, le encantaba el jamón de york con margarina; era un sabor que traía de la infancia; le llevaba al sur del país, a las playas donde iba con su familia a veranear y donde son muy aficionados a poner margarina en los bocadillos.
Huía rápidamente de ese pensamiento; era otro mundo, era un tiempo tan lejano que parecía irreal; si no fuera porque recordaba vivamente aquello diría que era la historia de otra persona.
Los primeros meses después del ingreso le sirvieron de acomodo y para conocer a la gente, se juntaba con unos y otros, iba al comedor como los demás reclusos, se implicaba en las variadas actividades del centro.
Su comportamiento cambió drásticamente una vez que fue dictada la sentencia; se alejó de todos, no participaba ya en las actividades lúdicas, vagaba solo por el edificio y el patio. Empezó también a comer su diario bocadillo en el patio y en cuclillas.
Incluso en los días de más frío salía, se abrigaba algo más y era suficiente, no le retraía el frío.
Desde luego no era friolero, sólo el agua le retraía, sólo cuando llovía se quedaba en el corredor que precedía al patio.
Era un bicho raro, y si bien al principio fue víctima de alguna broma ahora era aceptado.
Todo el mundo se había acostumbrado a verlo solo en el patio, solo en cualquier sitio.
Era su manera de rebelarse contra la vida, era su forma de gritar, de decir no al mundo, de alejarse de él viviendo entre cuatro paredes y entre tanta gente. Era ser entre la negación.

"¿Qué maldición cayó sobre ellos para que se pudiera llegar a esa situación? ¿Qué hizo tan mal para que el destino se volviera contra él y lo destrozara de esta manera tan despiadada?"
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, sentía su corazón estallar, tenía el cuerpo sudoroso; se levantó de la cama y se sentó en el borde. No era capaz de conciliar el sueño, esos malditos pensamientos volvían una y otra vez. Quería gritar pero no pudo; metió la cabeza entre las piernas y lloró.
Los días en la cárcel pasan despacio y hay que buscar ocupaciones para llenarlos, de otra manera se puede uno atormentar de una forma horrorosa.
Buscó ocupaciones que no le obligasen a estar con los demás reclusos; empezó a escribir además de que leía mucho. También se empezó a aficionar a la percusión y no era raro verle aporreando un pequeño tambor. Lo que en definitiva le mantuvo cuerdo, todo lo cuerdo que un hombre puede estar encerrado de por vida, fue el diario que éste llevaba.

Aquellos años maravillosos pasaron y las obligaciones inundaron sus vidas; el grupo de amigos en el que tanto disfrutó se desintegró; cada uno escogió su camino y aunque se juraron amistad eterna la distancia el tiempo y …la vida pudieron con aquel juramento.
Lo que más le dolió fue dejar de ver a Julia, aquella amiga de su mujer a la cual deseaba
aunque jamás ocurrió nada. Lo llevaba en secreto nunca le dijo nada a ninguna pero disfrutaba inmensamente estando con las dos, paseando con las dos, charlando con las dos.
Al pasar los años algunos sueños se hicieron realidad: se pudieron comprar una bonita casa con dos plantas, con un salón enorme y una maravillosa escalera de tipo sureña para acceder a la planta superior, su sueño desde siempre. Había una piscina casi olímpica con un jardín extenso de un verde maravilloso.
En el trabajo le iba bien era un ingeniero reputado y tenía buenos ingresos.
Ella también consiguió terminar sus estudios de diseño y puso un negocio, no les faltaba de nada: viajes, fiestas, buenos restaurantes, cruceros…
Los que no llegaron fueron los hijos; al principio no podían, había que terminar los estudios, después él no era fértil.
Aquella tarde llegaba antes a casa; iba contento y llevaba una botella de cava. Había hecho un buen negocio y quería celebrarlo con su mujer.
Se sentía culpable, su matrimonio no funcionaba bien y cada día que pasaba la relación se volvía más agria.
Ella pasaba mucho tiempo con las amigas algo que a él no le gustaba, no le gustaba llegar a casa y encontrársela vacía, no le gustaba la influencia negativa de las amigas.
A veces se enfadaba mucho, la gritaba y quizás… se pasaba con ella, sin embargo la quería, no podría vivir sin ella; después de esos momentos de enfado se arrepentía y sufría mucho.
A pesar de todo, los días pasaban y la monotonía invadió sus vidas.
Abrió la puerta con ansia, se quitó el abrigo y se fue a la cocina.
-¡Cariño estoy aquí!- gritó al colocar la botella en el frigorífico.
-¡Pequeña dónde estás?- volvió a gritar con nerviosismo.
No obtuvo respuesta entonces salió al jardín esperando encontrar allí a su mujer.
En el jardín no había nadie; todo estaba en su sitio, recogido, todo bien colocado;
Como le gustaba a su pequeña; así le gustaba llamarla.
Cerró con decisión el ventanal que daba al jardín y volvió a gritar buscando una respuesta.
-¡María dónde te metes?-
Su tono había cambiado, se estaba enfadando.
-Para un día que llego pronto y no está- dijo con rabia.
-¿Dónde se habrá metido? Estará otra vez con sus amigas, esas malditas amigas suyas; siempre chismorreando ¡me tienen harto!-
Subió corriendo las escaleras que conducían a las habitaciones en el piso superior; iba riendo, una risa nerviosa y con la cara crispada.
Miró en todas las habitaciones; allí no había nadie.
En el dormitorio principal encontró unas maletas pero estaban vacías; se quitó la chaqueta con furia y la tiró sobre la cama.
-Otra vez colocando las cosas- se dijo- esta mujer no para de colocar todo, no para de limpiar, se pasa el día limpiando en lugar de arreglarse para mí- dijo con rencor.
Tranquilamente bajó las escaleras y se dirigió a la cocina; sacó un vaso alto y descorchó la botella de cava; el líquido salió con furia, con la misma furia que él se lo bebió.
Maldecía su suerte, se sirvió otra copa y se la bebió de un trago; chascó la lengua, siempre le gustó el champagne y éste era de primera, su cara se alegró; se llenó otra copa.
-¡Esta puta no lo catará!- dijo riendo- me lo voy a beber yo solo- una risotada llenó la casa.
Encendió el televisor y se tumbó en el sofá del salón, un sofá de cuero de color azul; siempre fue su favorito, lo había escogido él, un enorme sofá con orejeras, clásico; le encantaba su olor.
-¡Es muy cómodo!- se decía convencido.
Se quitó la corbata y la tiró por los aires, estaba a gusto; se enderezó un poco y se tomó otro vaso de cava, echó la cabeza sobre un brazo del sofá y de su boca salió un grito de placer.
Por la televisión salían imágenes de guerras, imágenes sangrientas; cuerpos mutilados, niños deformes; víctimas de la barbarie humana.
-Siempre las mismas noticias, este mundo es una locura- dijo malhumorado
-Tienes que matar o morir, nuestra vida diaria es una guerra, no hay bombas pero sí te puedes quedar en la cuneta en cualquier momento- y volvió a llenarse el vaso.
En ese preciso instante alguien introducía la llave en la cerradura.

Su mujer apareció tranquila pero con el semblante serio y cansado de quien después de mucho pensar ha tomado una decisión.
-¿De dónde vienes a estas horas!- le espetó- crees que es normal que lleve más de dos horas aquí esperando a mí mujercita- dijo con desprecio.
-¡Qué te pasa, estás borracho otra vez!- respondió ella con descaro.
-Vengo de visitar a Teresa que también es amiga tuya; tenía muchas cosas que contarle y me debía aconsejar, supongo que tengo derecho- dijo con seguridad.
-¡Tú y tus amigas, estoy harto de tus amigas! Tienes que estar aquí cuando yo llegue ¡tienes que estar lista para mí!
Como movida por un resorte ella se abalanzó hacía él y quedándose a escasos centímetros le dijo con toda la rabia de la que era capaz.
-¡Lista para tí, eso se terminó! ¡Nunca más me tocarás! ¡Ve olvidandote de mí!
Se dio la vuelta y subió rápidamente las escaleras hacia el dormitorio principal, iba a terminar lo que llevaba mucho tiempo deseando.
Él, aturdido por la respuesta y sorprendido por tamaña contestación se acercó a la botella y se sirvió otro vaso.
Con nueva resolución siguió pausadamente los pasos de María, la encontró llenando las maletas, tenía todos los cajones por el suelo y estaba en ropa interior; se aprestaba a tomar un baño; la vista de la carne desnuda le encendió.
-¡Está tan apetecible!- pensó.
Como un loco se abalanzó sobre ella y cogiéndola por detrás la empujó hacia la cama.
María empezó a gritar y dando patadas se intentaba zafar de su marido.
Él con todo su peso sujetaba a María sobre la cama, con su mano izquierda agarraba las de ella y con la derecha no cesaba de darle golpes.
La mujer gritaba, pedía socorro al mismo tiempo que no cejaba en su empeño de librarse de él.
El marido animado por los golpes soltó las manos de María, con su peso era suficiente para tenerla sujeta y así pegaba con ambas manos, con más saña.
María gritaba de dolor, pero pudo darse la vuelta y defenderse con las manos; arañaba, escupía, pero sobre todo se defendía de la lluvia de golpes que estaba recibiendo.
-¡Puta, follas con todos menos conmigo!- gritó el marido fuera de sí.
-¡Ahora verás quien manda aquí!- volvió a gritar sujetándola por los pelos.
María sólo podía defenderse, intentar parar los golpes que le daban, la diferencia de fuerzas era abrumadora.
El marido se levantó y empezó a quitarse los pantalones; María dolorida y aturdida no sabía qué hacer.
Al darse cuenta que el marido estaba a otra cosa, sacó fuerzas de flaqueza y saltando de la cama intentó alcanzar la puerta del dormitorio.
El hombre con los pantalones en las manos se lanzó sobre la puerta y consiguió impedir la huida de María cerrándola.
Sus ojos lanzaban sangre, su boca enorme, babeante era como unas fauces que esperan su premio.
Ella asustada y desnuda, había perdido la ropa en la lucha, se sentía el ser más indefenso del mundo.
-¡Déjame por favor!- un pequeño hilo de voz salió de su garganta, estaba agotada y tenía mucho miedo.
-¡Sólo quiero que me dejes!- suplicó con escasas fuerzas.
-¡Te dejaré cuando quiera!- gritó el marido
-¡Te dejaré cuando me des lo que quiero, lo que es mío!- dijo con la convicción que da el saberse dueño y señor de la situación.
-“¿Qué otra cosa debía pensar un hombre?”- se decía a sí mismo.
Sus palabras llenas de odio tenían aterrorizada a María; ésta seguía recibiendo golpes e iba de un lado a otro como un pelele intentando evitarlos.
Intentó ir al baño para encerrarse en él; el marido la agarra por el cuello y girándola un poco le propinó un terrible puñetazo en la cara.
María se desploma con la cara ensangrentada, un sonido sordo sale de su boca.
El marido envalentonado la coloca boca arriba, estaba acurrucada en posición fetal como una niña…su última defensa.
Le abre las piernas con brutalidad y se tumba sobre ella.
María apenas consciente no es capaz de moverse; conoce bien esta humillación.
Mareada y ajena a lo que ocurría empezó a divisar su destino.
En ese momento terrible y con el cuerpo insensible por tanto dolor supo qué debía hacer; vió su venganza.
Tras breves minutos el marido se levantó y empezó a vestirse.
María, aterrada y humillada, siguió en el suelo intentando volver a la vida.
Después de unos minutos se pudo levantar y sentándose al borde de la cama miró a su alrededor.
Una mirada de despedida, una última mirada a su cárcel, al cuarto de torturas durante tantos años.
El marido estaba en el cuarto de baño y no se percataba de lo que estaba ocurriendo; estaba tranquilo, lo había hecho otras veces, sabía que ella callaría.
Era su deber como mujer -“era suya”- pensaba.
María, alelada, con la mirada perdida, se puso de pie como pudo y se dirigió hacia la escalera que bajaba al hall.
Al llegar a ella se paró, sus ojos perdidos empezaron a llorar; dudaba, sabía qué debía hacer pero no le resultaba fácil.
Había tomado la decisión y estaba dispuesta pero su cuerpo se resistía.
Se aproximó a la barandilla que protegía el voladizo que desde el dormitorio principal llevaba a la escalera; miró al vacío, su mirada velada por la desesperación resaltaba sus bellos ojos claros, se reconocía en él.
Sin palabras, sin estridencias como a ella le gustó vivir, y apoyando las manos en la balaustrada, precipitó su cuerpo hacia la oquedad amiga.
Un choque brutal terminó con las esperanzas de una bella mujer.

-¡Usted premeditó acabar con su esposa!- exclamó es fiscal.
-¡Dígame cuántas veces la había pegado antes! ¡Usted la odiaba! ¿Por qué!- gritó con cólera el acusador.
-Usted la odiaba y decidió matarla- sentenció el fiscal.
-Señoría, el acusado no responde ya que se siente culpable ¡Es culpable! No puede negar las evidencias; asesinó a su esposa con total sangre fría después de pegarla y violarla, no he conocido a persona más abyecta y cobarde.
La víctima harta de sus continuas palizas decidió dejarlo, éste no pudo soportarlo y con la frialdad de un animal la mató.
El acusado, callado, levantó la cabeza; su mirada perdida mostraba un hombre abatido, hundido por la culpa.
-“Sí soy culpable, yo la maté y todo el mundo estaba de acuerdo ¿Qué otra cosa ocurrió aquella noche? ¡Yo la quería!”- pensaba aturdido el acusado.
El fiscal retomó la palabra -¡Como se iba a suicidar una mujer llena de vida! Sabemos por los testigos que ella tenía muchos planes, tenía por delante una nueva vida junto a otro hombre ¡Nadie se quita la vida en tales circunstancias!
-¡Eso es lo que quiere el acusado que creamos, que ella se suicidó- el fiscal señaló con el dedo al acusado, éste sintió una punzada terrible en el pecho, como si el dedo fuera una lanza proyectada con saña.
-El acusado es culpable de asesinato y debe terminar sus días en la cárcel; pido cadena perpetua para él; no volverá a hacer daño.
Hubo un momento de silencio; el fiscal dijo-no tengo más que añadir-.
El abogado defensor se levantó, estaba nervioso, las cosas no parecían irle bien.
-Señoría con la venia; mi defendido había bebido mucho y no controlaba sus actos, ella además como sabemos no paraba de insultarle; le atacaba en lo más profundo, ponía en duda la hombría de mi defendido lo que le colocó en una situación de mucho nerviosismo y humillación.
Una situación que ningún hombre puede soportar y quedarse parado.
La víctima no cumplía con sus deberes de esposa y gustaba de humillar a mi defendido manteniendo relaciones con otros hombres.
-¡Sí señoría, mi defendido era engañado de forma continuada y la esposa se lo restregaba, se reía de él! No hay ser humano que pueda soportar tal humillación.
Mi cliente entró en un momento de locura y ayudado por la bebida reaccionó de forma violenta; pero nada más; la esposa en un último intento para hacer daño se lanza al vacío buscando engañarnos e intentando que la culpa recaiga sobre mí defendido- el abogado agotado apoyó sus manos sobre la mesa, dejó su cuerpo descansar sobre sus brazos y tomó aire.
-¡Sí señoría ella se suicidó! Mi defendido perdió los nervios como los hubiéramos perdido todos en una situación similar; su reacción violenta es legítima defensa- un murmullo recorrió la sala, se oyeron algunos silbidos, el juez tuvo que poner orden.
-¡Por lo que digo y afirmo sin lugar a dudas que la mujer con odio evidente y para hacer daño a su esposo se lanzó al vacío!- dijo con vehemencia el abogado mirando al juez.
-Es por lo cual que pido que se absuelva a mi defendido de la imputación de asesinato y se le apliquen tres meses de reclusión menor por daños físicos- el abogado visiblemente afectado se sentó.
El juez dio por terminada la sesión, el juicio quedaba listo para sentencia.
Le llevaron a la cárcel del juzgado, ahí esperaría su destino.
Estaba perturbado, tuvo que tumbarse en la cama, su cuerpo no era capaz de mantenerse de pie; sentía un peso enorme sobre él y su cabeza no paraba de dar vueltas.
Sabía que lo tenía difícil, sabía que tendría que pagar por sus pecados pero un hilo de esperanza le mantenía vivo; suponía que quizá le entenderían, que pudieran entender sus razones de hombre dolorido.
Le costaba dormirse y su mente vagaba por lejanos pasados llenos de belleza y paz; aquellos lugares que perdió para siempre.
Temía que el peso de la justicia le aniquilase; temía que la justicia del hombre errando se hermanaría con la de Dios.

"¿Seré perdonado alguna vez? ¿Podré descansar en algún momento?"
Al día siguiente con las primeras luces del alba se inició la sesión, se leyó el veredicto.
Cuando el acusado apareció en la sala, esposadas las manos, ésta estaba repleta, el caso había despertado grandes pasiones.
En ese momento miles de miradas aguijonearon su cuerpo, creyó ver odio en ellas, odio en seres anónimos que no le conocían, algunas sonrisas también.
“¿Por qué me odian? ¡Ellos habrían hecho lo mismo que yo! No me conocen ¡No soy malo!- se decía, pero quería gritar ¡Ayudadme!"
Ya le habían juzgado, supo que las personas presentes habían tomado partido; tuvo miedo.
Unos minutos más tarde hizo su aparición el juez, serio y majestuoso como correspondía.
Todo muy formal, su vida dependía de las formas, de las normas.
Supo que era un pobre imbécil.
El juez dio una nota escrita en un pequeño papel al alguacil; éste con parsimonia lo desplegó y tras unos segundos, tomando aire, emitió la sentencia.

-Culpable, el acusado es condenado a cadena perpetua- dijo el alguacil en un tono neutro.

La sala se llenó de aplausos, algunos gritos de alegría se oyeron también.

El acusado agachó la cabeza, no fue capaz de articular palabra alguna.

Lloró.

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